Louisa Reynolds /

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luego de que sus aterrorizados habitantes huyeran hacia las 
montañas, también eran destruidas, política conocida como 
“tierra arrasada”.

Durante los dos años en que Ríos Montt ostentó el poder, 
se registraron 626 casos de masacres atribuibles al ejército o 
estructuras paramilitares, según la Comisión para el Esclare-
cimiento Histórico (CEH).

Con el peritaje de Robles se demostró que los campesinos 
de Dos Erres fueron asesinados como parte de una política 
Estado, el mismo Estado que los había llevado a colonizar 
las inhóspitas tierras peteneras donde ellos hicieron florecer 
la milpa.

Pero a los sobrevivientes de la masacre les cuesta entender 
cómo el ejército pudo llegar a la conclusión de que una co-
munidad campesina sin ningún nexo con la guerrilla era un 
enemigo que merecía ser aniquilado con tanta saña.

“Mis ojos que un día se van a cerrar jamás vieron un guerri-
llero en el parcelamiento de Dos Erres.

Ahí había sólo gente limpia y trabajadora. Tiraron niños al 
pozo. ¿Acaso un niño es un guerrillero?”, pregunta Pedro 
Antonio García Montepeque, tío abuelo de Ramiro Crista-
les, el niño que sobrevivió escondiéndose bajo la banca de la 
iglesia.

Así es como el peritaje del sociólogo histórico Manolo Vela 
Castañeda describe lo que ocurrió en Dos Erres: “No habían 
tenido batalla, ni heridos, ni bajas, ni guerrilleros, ni armas, 
ni propaganda. Sólo civiles muertos. El enemigo no era na-
die, pero podía estar en todas partes: un anciano, un niño, 
una mujer embarazada. Todos podían matarlos. Por eso es 
que ellos los habían matado a todos, sin importar quienes 
fueran todos”.