Louisa Reynolds /
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XIX
César Franco Ibáñez volvió a testificar por videoconferencia,
con un marcado acento mexicano después de casi dos déca-
das de vivir en el Distrito Federal.
Afirmó que Pimentel Ríos era parte de la tropa de asalto,
el grupo de soldados más feroz y violento, que gozaba de la
confianza especial del teniente Rivera Martínez. Aunque lo
describe como “un soldado más”, varios detalles de su relato
lo delatan como un hombre sanguinario.
Lo ubicó, por ejemplo, entre los soldados encargados de gol-
pear a los campesinos con la almádena y arrojarlos al pozo y
también lo identificó como el soldado que mató a una de las
dos jovencitas que la patrulla se llevó, después de la masacre,
para demostrar “cómo se mata a una persona”.
Agregó que una semana después, llegó un helicóptero militar
para llevárselo a la Escuela de las Américas, establecida en
Panamá en 1946 y posteriormente trasladada a Fort Ben-
ning, Georgia, y apodada “La Escuela de Asesinos”. Por este
centro de adiestramiento, cuyos alumnos recibían como li-
bro de texto el manual de tortura Kubark, desclasificado por
la CIA en 1994, pasaron, entre otros, el ex dictador paname-
ño Manuel Noriega y Roberto Eduardo Viola, promotor del
golpe de Estado en Argentina en 1976, entre otros militares
latinoamericanos señalados de fraguar torturas, desaparicio-
nes forzadas y masacres.
Cuando se le preguntó por qué había decidido colaborar con
la justicia, respondió: “Porque tengo mis hijos y la verdad es
que siento todo lo que pasó y pido perdón….No quiero ver
que mis hijos también sufran…” La voz se le quebró, se qui-
tó los lentes con una mano y con la otra se cubrió el rostro
para no llorar delante de la cámara.