Louisa Reynolds /

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Carías reconoció a Petronila, la mujer cuya mirada intensa 
había traspasado el muro de engaños detrás del cual se ha-
bía parapetado y derramado lágrimas cuando admitió que 
el ejército había aniquilado a los habitantes de Dos Erres. 
Al pasar junto a ella le dijo: “Mire, ustedes me conocen. La 
masacre fue la masacre y mi persona es mi persona”, como 
el tono de quien busca justificarse y pedir clemencia.

Pero con la misma fuerza con que había mirado a Carías a 
los ojos y le había insistido “con sus pantalones de hombre, 
dígame la verdad”, Petronila no vaciló a la hora de narrar 
ante los jueces cómo el jefe del destacamento de Las Cruces 
había tratado de ocultar la verdad, había saqueado los hoga-
res de los muertos y había vendido sus pertenencias.

“Cuando fui a declarar contra Carías me conmovió porque 
me acordé de todo lo que sufrí. Sufrí a boca cerrada”, dijo 
después del juicio, sentada en el patio de Ricardo Martínez, 
en Las Cruces, el hombre que había recibido la siniestra ad-
vertencia de que el ejército iba a arrasar con la aldea.

De acuerdo a los testimonios de mujeres como Petronila, que 
habían llegado una y otra vez al destacamento a exigir que 
les dijeran qué había pasado con sus esposos, hijos y her-
manos, el 2 de agosto de 2011, la juez Iris Jazmín Barrios 
determinó que Carías había suministrado a sus superiores je-
rárquicos la inteligencia necesaria para cometer la masacre, 
había ordenado a los soldados y patrulleros que vigilaran el 
acceso a Dos Erres para impedir que nadie pudiera auxiliar 
a los parcelarios y luego había tratado de borrar la evidencia 
prendiéndole fuego a la aldea. 

Carías había sido arrestado el 9 de febrero de 2010 junto con 
tres ex soldados: Daniel Martínez Hernández, Reyes Collin