/ El largo camino a la justicia
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que Dos Erres dejó una huella indeleble en su mente debido
a la gran cantidad de niños que fueron encontrados en las
profundidades del pozo Arévalo.
En el lugar se encontraron 162 osamentas: 64 hombres, 24
mujeres, y 74 niños, sin contar los minúsculos esqueletos de
dos fetos a los que les fue arrancada la vida en el vientre de
sus madres antes de que pudieran lanzar su primer llanto.
Con ellos había muerto el futuro de Dos Erres.
Las raíces del guarumo se habían incrustado en algunos de
los huesos; otros se desmoronaban al tacto porque los habían
roído los jejenes y las osamentas infantiles eran frágiles por
naturaleza, “como cascaritas de huevo”, recuerda Bernardi.
En la mezcla de fémures, tibias, cráneos y minúsculos frag-
mentos óseos era sumamente complejo armar esqueletos
completos.
La edad aproximada de las víctimas se determinaba en base
al desarrollo dental, mientras que la vestimenta era la mejor
pista para establecer el sexo. Veinte de las osamentas habían
sufrido un impacto de bala y en el pozo fueron hallados 22
fragmentos de arma de fuego. Del pozo también se extraje-
ron enseres domésticos, juguetes, anteojos, sombreros y un
calendario de bolsillo de 1982: el año en que la vida en Dos
Erres se detuvo con el golpe de una almádena, un mazo de
hierro que se utiliza para picar piedras, la cual también apa-
reció entre los cadáveres.
En La Aguada y Los Salazares se encontraron más osamen-
tas, sumando un total de 201 víctimas. Los restos con sus ves-
timentas fueron llevados al salón municipal de Las Cruces,
pero nadie se atrevió a acercarse para reconocerlos. Durante
los días siguientes comenzaron a aparecer veladoras y home-
najes florales depositados por familiares que habían llegado
en el silencio de la noche, temerosos de ser interceptados por
ese ojo omnipresente que todo lo ve.