/ El largo camino a la justicia
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Su ansiedad fue en aumento cuando pasó el lunes y no regre-
saban. Su esposo, Catalino González, trató de tranquilizarla,
asegurándole que se trataba de un rumor pero ella sentía en
la piel la certeza de que algo terrible les había sucedido a sus
dos niñas.
El martes, agarró de la mano a su hijo Joaquín, de nueve
años, y se fue caminando a Dos Erres. En la entrada al par-
celamiento encontró un grupo de personas que lloraban y se
lamentaban porque no sabían qué había pasado con sus fa-
miliares. Algunos decían que el Ejército había exterminado a
la aldea, mientras que otros decían que Dos Erres había sido
atacada por guerrilleros.
Un helicóptero sobrevolaba el lugar haciendo un ruido pare-
cido al hervor de una olla de tamales.
En el grupo, María Esperanza encontró su hermano Felipe,
quien tenía siete hijos que se habían quedado en Dos Erres.
Felipe le cortó el paso y le dijo que él entraría al parcela-
miento para averiguar qué sucedía. “Dejáme que vaya a ver.
Si Dios quiere que regrese, regreso, si no quiere no regreso,
pero vos regresáte a tu casa,” le dijo.
“Yo también voy a ir”, dijo René Salazar, un joven de menos
de veinte años. Felipe sacudió la cabeza. “No, René, estas
son cosas de hombres”, pero el muchacho estaba decidido e
insistió: “No, Don Lipe, yo voy”.
Felipe, su compadre Juan Falla y el joven René Salazar em-
prendieron su camino. María Esperanza hubiera querido
quedarse a esperarlos, pero el niño había comenzado a llorar
y le repetía “vámonos para la casa”, así que no tuvo otro re-
medio más que volver a Las Cruces con su angustia a cuestas.