/ El largo camino a la justicia

Pz

P

23

y Abel, de cinco. Marcelino se sentía como si tuviera arena 
en los ojos. Había tenido que patrullar el día anterior y no 
había dormido.

A pesar de que cada semana lo veía partir, ese día, en parti-
cular, se sentía inquieta, tal vez porque en su mente aún veía 
la inquietante imagen del cadáver mutilado, tendido en el 
suelo, que ella había soñado.

A las seis de la tarde, Petronila vio pasar a dos niños por la 
calle y les ofreció una moneda a cambio de que fueran a la 
casa de Don Ventura, el empleador de su esposo, para cons-
tatar si ya había llegado. Horas después, los niños regresaron 
pero no traían las palabras que Petronila deseaba oír. “Dice 
Don Ventura que no hay nada, como que llegó alguien a 
hacer averías”, fue el mensaje inquietante que le trajeron del 
parcelamiento.

Esa noche, Petronila no pudo dormir. La mañana siguien-
te salió temprano al destacamento militar y preguntó por el 
subteniente Carías. El soldado que vigilaba la entrada le res-
pondió que aún no se había levantado.

Petronila esperó varias horas hasta que finalmente Carías sa-
lió. “Usted sabe lo que está pasando en Dos Erres”, dijo, en-
tonando sus palabras como afirmación, no como pregunta.

–¿Por qué me dice que yo sé? 

─le respondió Carías

–Porque está tan tranquilo 

─replicó la mujer.

–¿No ha escuchado que hay un grupo de guerrilleros por 
ahí?

–Si hubiera un grupo de guerrilleros no estaría tan tranquilo 

─linsistió Petronila, aferrándose a la certeza de que tarde o 
temprano el subteniente tendría que soltar la verdad.