/ El largo camino a la justicia
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y Abel, de cinco. Marcelino se sentía como si tuviera arena
en los ojos. Había tenido que patrullar el día anterior y no
había dormido.
A pesar de que cada semana lo veía partir, ese día, en parti-
cular, se sentía inquieta, tal vez porque en su mente aún veía
la inquietante imagen del cadáver mutilado, tendido en el
suelo, que ella había soñado.
A las seis de la tarde, Petronila vio pasar a dos niños por la
calle y les ofreció una moneda a cambio de que fueran a la
casa de Don Ventura, el empleador de su esposo, para cons-
tatar si ya había llegado. Horas después, los niños regresaron
pero no traían las palabras que Petronila deseaba oír. “Dice
Don Ventura que no hay nada, como que llegó alguien a
hacer averías”, fue el mensaje inquietante que le trajeron del
parcelamiento.
Esa noche, Petronila no pudo dormir. La mañana siguien-
te salió temprano al destacamento militar y preguntó por el
subteniente Carías. El soldado que vigilaba la entrada le res-
pondió que aún no se había levantado.
Petronila esperó varias horas hasta que finalmente Carías sa-
lió. “Usted sabe lo que está pasando en Dos Erres”, dijo, en-
tonando sus palabras como afirmación, no como pregunta.
–¿Por qué me dice que yo sé?
─le respondió Carías
–Porque está tan tranquilo
─replicó la mujer.
–¿No ha escuchado que hay un grupo de guerrilleros por
ahí?
–Si hubiera un grupo de guerrilleros no estaría tan tranquilo
─linsistió Petronila, aferrándose a la certeza de que tarde o
temprano el subteniente tendría que soltar la verdad.