/ El largo camino a la justicia
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Habían recorrido el largo trecho de diez kilómetros para
llegar a Dos Erres despreocupadamente, sin sospechar que
encontrarían al tío Félix con el semblante desencajado,
mientras los soldados sacaban sus pertenencias de armarios
y gavetas y las tiraban al suelo.
Al verlos llegar, los soldados los habían obligado a desmon-
tar y se los llevaron a la escuela, donde Salomé Armando se
había sentado junto a Ramiro en uno de los troncos que los
alumnos utilizaban como bancas.
Pero uno de los soldados lo había agarrado y le había gritado
que ahí no querían niños y a empujones lo habían conducido
a la iglesia, donde habían reunido a las mujeres y a los niños
pequeños.
Allí encontró a su tía Evangelina, llorando. Las mujeres, ate-
rradas, se arrodillaban frente al púlpito y le rogaban a Dios
que las salvaran. El soldado con un pañuelo rojo en el cuello
y un lunar en el pómulo izquierdo subió al púlpito y comen-
zó a gritar “¡Canten, canten!”, entre risotadas.
Los soldados las golpeaban y las iban sacando en pequeños
grupos, para conducirlas al monte. Ellas se resistían y grita-
ban: “¡Si nos van a matar, mátennos aquí porque no somos
perros para que nos maten en el monte!”.
A Salomé Armando lo sacaron con un grupo de mujeres y
caminaba al frente del grupo, cerca del soldado que los con-
ducía. Una mujer se rehusaba a caminar y el soldado volteó
y la agarró del cabello, un movimiento que duró apenas unos
segundos, y que el niño aprovechó para correr como nunca
antes había corrido en su vida y tirarse bajo el árbol.
Pasaron horas y horas antes de que pudiera salir de su es-
condite. Durmió en una parcela y luego se encaminó a casa.
Cuando ingresó a la parcela escuchó pasos fuertes y supo de