Louisa Reynolds /

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hormigas, serpientes o el perro que habían adiestrado como 
mascota y habían visto morir a los débiles, aquellos que no 
pasaron la prueba de fuego y jamás salieron del infierno.

“Vacunar” para la patrulla kaibil significaba que un grupo 
de subinstructores se encargaría de traer a un grupo de gente 
y arrancarle a cada hombre, mujer, niño y anciano un jirón 
de tela de su vestimenta con la cual se le vendarían los ojos. 
Luego, los entregarían a otro grupo de soldados ubicados 
junto al pozo, quienes alzarían en el aire la pesada almágana 
que habían hallado entre los cántaros de agua y la dejarían 
caer sobre su cráneo. Los gemidos que aún emanaban del 
pozo serían apagados para siempre con una ráfaga de balas 
y la explosión de una granada de fragmentación.

Junto al pozo estaban el teniente Rivera Martínez y la ma-
yoría de los subinstructores, entre ellos, Reyes CollinGualip, 
Manuel Pop Sun, Daniel Martínez Hernández, apodado por 
la patrulla como “el Burro”, y uno que tenía un lunar en el 
pómulo izquierdo.

VII

Escondido entre las raíces de un árbol, Salomé Armando, de 

11 años, no podía dejar de pensar en su hermano Ramiro. 

Contuvo la respiración cuando escuchó que se acercaban los 

soldados. Cuando se acercaron más, se dio cuenta de que 

uno de ellos iba montado en el caballo de Ramiro y llevaba 

puesto su sombrero. “¡Ya terminamos con estos hijos de la 

gran puta!”, gritó uno de ellos, y en ese momento lo invadió 
la certeza de que jamás volvería a ver a su hermano.

Después de comprar los víveres y medicinas en Las Cruces, 
se encontraron a Don Ramiro Aldana en el camino a Dos 
Erres. Don Ramiro frecuentemente le compraba cosechas al 
papá de los muchachos y en esta ocasión les había encargado 
que fueran a casa de su tío Félix a traerle dos chompipes.