/ El largo camino a la justicia
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Pero allí no se escuchó ni un disparo. Eran las tres de la ma-
drugada y sólo el chirrido de los insectos nocturnos perfora-
ba el silencio hasta que los 40 soldados kaibiles botaron las
puertas y sacaron, a punta de fusil, a los campesinos aterro-
rizados.
Habían volteado camas y armarios pero los fusiles que te-
nían órdenes de recuperar no aparecían por ningún lado.
Una hora más tarde, habían registrado todos los ranchos y
los hombres habían sido llevados a la escuela para ser inte-
rrogados mientras que las mujeres habían sido conducidas a
la iglesia evangélica Asamblea de Dios.
El teniente Rivera Martínez ordenó al especialista Obdulio
Sandoval, al subinstructor Alfonso Vicente Bulux, al cocine-
ro Favio Pinzón, y a otros dos soldados, entre ellos uno que
tenía un lunar en el pómulo izquierdo, que fueran a registrar
las viviendas para asegurarse de que no quedara nadie.
V
María Juliana Hernández Morán sentía un profundo des-
asosiego mientras preparaba el desayuno. El día anterior, sus
hijos Salomé Armando, de 11 años, y Ramiro, de 23, habían
ido a Las Cruces, montados en una mula, para comprar me-
dicina y víveres. No habían regresado y unos días antes ha-
bían escuchado una ráfaga de disparos.
Estaba absorta en esos pensamientos cuando la puerta de
la casa se vino abajo estrepitosamente. Uniformes de color
verde oliva, botas negras, la punta de un fusil Galil que le
apuntaba a la sien.
“¡Hijos de la gran puta, les vamos a volar la tapa de los se-
sos!”, les gritaron. Los soldados que portaban plaquetas mi-
litares y pañuelos rojos en el brazo, con los cuales trataban