/ El largo camino a la justicia

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unos cortaban leña, otros fueron a traer láminas para el te-
cho y en menos de cinco días habían construido una galera 
rudimentaria con piso de tierra y troncos que fungían como 
asientos para los treinta niños de diferentes edades que llega-
ron puntualmente a las 7 de la mañana a recibir su primera 
clase.

Los alumnos de Dos Erres tenían pocos recursos, jamás ha-
bían asistido a la escuela, algunos tenían que caminar una 
hora para llegar a clases, y había una sola aula para todos, 
a pesar de que tenían diferentes edades. Pero eran estudio-
sos y al finalizar el año, la mayoría había aprendido a leer y 
escribir.

Lesbia pronto se integró a la comunidad que la había recibi-
do con los brazos abiertos y en sus ratos libres se entretenía 
jugando con los niños de Don Lalo y Doña Fina.

En los días especiales, como el Día de la Independencia o el 
Día de la Madre, sacaba su cámara fotográfica y retrataba a 
los niños, imágenes que hoy se encuentran en la oficina de 
la Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos 
de Guatemala (Famdegua) como recuerdo de una genera-
ción que representaba el porvenir de Dos Erres y a la cual le 
arrancaron la vida a golpes. Una generación truncada que 
fue arrojada a las profundidades de un pozo.

III

Dos Erres era un lugar tranquilo, casi idílico, pero la sombra 
de la guerra acechaba como un ave de mal agüero. Cuando 
los habitantes de Dos Erres iban a Las Cruces para vender 
sus productos y abastecerse de víveres, los soldados, en los 
puestos de registro, les exigían sus documentos y todo aquel 
que no se identificara corría el riesgo de ser desaparecido.