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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

no habían sufrido herida alguna, y, sin 

embargo, pasados unos cuantos días, 

se sentían débiles y venían a nosotros 

diciendo que se abrasaban por dentro,  

que quizá habían respirado un gas 

venenoso… y al poco tiempo morían.

El primer caso me ocurrió cuando 

estaba curando a un anciano que tenía 

dos profundas heridas en la espalda. Se 

me presentó un señor que me dijo:

-Por favor, Padre, venga a mi 

casa, porque mi hijo dice que le duele 

mucho la garganta.

Viendo que el anciano a quien 

estaba curando estaba gravísimo, le 

contesté:

-Probablemente será un catarro, 

dele un poco de aspirina y hágale sudar; 

ya verá cómo se cura.

A las dos horas fallecía el niño.  

¿Qué había pasado?

Después vino llorando una 

muchacha de trece años que me dijo:

-Padre, mire lo que me pasa.

Y abriendo la boca me enseñó 

las encías ensangrentadas; tenía 

toda la fosa bucal llena de heridas 

pequeñas y una faringitis aguda; 

agarrándose, además, los cabellos, 

se quedaba con ellos en las manos.  

A los dos días murió.

Haciendo investigaciones y estu-

diando diversos casos, nos encontramos 

con los siguientes síntomas: destrucción 

de los órganos hematopoyéticos, 

médula, bazo, ganglios linfáticos y 

los bulbos capilares; es decir, un caso 

típico de ataque radiactivo. Sabiendo 

ya la causa, por medio de transfusiones 

de sangre, etc., pudimos ayudar a estas 

pobres víctimas y salvar a algunas otras 

vidas.

Varias son las estadísticas publi-

cadas acerca del número de víctimas: 

parece ser que al principio se dieron 

números inferiores a la realidad. Los 

oficiales no incluyeron al principio 

los soldados y personal militar, sino 

solamente la población civil.

Las que hoy exhiben en el 

Information Center de Hiroshima, son 

las siguientes:

Muertos......................260,000

Heridos y desaparecidos..163,293

Jugándonos la vida

De los muertos, unos 50,000 

fallecieron en el momento mismo de 

la explosión. Otros 200,000 en las 

semanas que siguieron; otros, mucho 

más tarde, como consecuencia de las 

heridas o radiaciones.

Hasta un día después de la 

explosión, no supimos que se trataba 

de la primera bomba atómica que 

había explotado en el mundo como 

arma de guerra.

Al principio, sin electricidad, 

sin radio, estábamos del todo 

incomunicados con el exterior. Pero al 

día siguiente comenzaron a llegar los 

automóviles y trenes que desde Tokio, 

Osaka y otras ciudades venían en 

auxilio de Hiroshima.

Todos quedaban en las afueras de 

la ciudad, y cuando les preguntábamos