75
Revista Espacios Políticos
pasados. Porque si hubiéramos dejado
aquel muchacho, hubiera muerto sin
duda, ya que presentaba los primeros
síntomas de intoxicación. Y lo hubiera
hecho sin la gracia de los redimidos…
¿Y los niños?
Entre todos los casos de
curaciones, quizá los que nos causaron
más sufrimientos fueron los de los
niños.
Todos saben que en el Japón se
adora a los niños. El cuidado por su
educación es extremo, de modo que en
el Japón no hay analfabetos: todos van
a las escuelas y a los colegios, todos
saben leer y escribir.
Al tiempo de la Bomba Atómica
la mayoría de ellos se encontraban en
las clases ordinarias de sus respectivos
colegios. Por ello al producirse la
explosión miles de niños quedaron
separados de sus padres, muchos
heridos, tirados por la ciudad y sin
poder valerse de sí mismos.
Nosotros recogimos a todos
los que pudimos, y trasladándolos a
Nagatsuka comenzamos en seguida a
curarlos para prevenir en lo posible las
infecciones y las fiebres.
Carecíamos en absoluto de
anestésicos y algunos de los niños
estaban horriblemente heridos: uno, a
consecuencia de una teja que le cayó
en la cabeza, tenía un corte de oreja
a oreja. Los labios de la herida tenían
centímetro y medio de ancho: separado
el cuero cabelludo del hueso, estaba
lleno de barro y trozos de cristal.
Los gritos de la pobre criatura al
ser curada ponían en vilo a toda la casa,
por lo cual no tuvimos más remedio
que atarle con una sábana a un carrito
y llevárnoslo a la cumbre de una colina
que había junto a la casa. Aquel lugar
se convirtió en quirófano, en donde
podríamos trabajar y el niño podría
gritar a gusto sin poner nerviosos a los
demás.
El corazón se desgarraba al tener
que hacer estas curas, pero era mayor
el consuelo al poder devolver aquellos
niños a sus padres.
Por medio de la policía japonesa,
que estaba perfectamente organizada,
pudimos ponernos en contacto con las
familias de todos los niños que teníamos
en casa.
A los pocos días, de Osaka,
Tokio, etc., iban viniendo a Nagatsuka.
Son inimaginables las escenas de
encuentros con los hijos que creían
muertos en la explosión y que ahora
volvían a ver sanos y salvos o por lo
menos en vías de curación.
Aquellos padres y madres, llenos
de emocionada alegría, no sabían cómo
expresar su agradecimiento, y tirándose
a nuestros pies, nos hacían recordar
aquellas escenas de los Hechos de los
Apóstoles, cuando los judíos cayendo
de rodillas los adoraban como a dioses.
Muertes misteriosas
Sin embargo, en medio de todas
estas impresiones encontradas, un
hecho nos tenía desconcertados. Y es
que muchas personas que estaban en
la ciudad en el momento de la explosión