72

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

siente a Dios más cerca. Entonces es 

también cuando más necesitamos los 

auxilios sobrenaturales.  

La parte externa de la 

celebración del Santo Sacrificio no era, 

en realidad, muy propia para fomentar 

la devoción sensible. Al volverme para 

decir Dominus Vobiscum veía delante 

de mí aquellos cincuenta heridos 

acomodados delante de la capilla, 

sufriendo terriblemente. Al ir a la Epís-

tola o al dirigirme al Evangelio tenía 

que ir apartando suavemente con el pie 

a los niños que se acercaban hasta allí. 

Querían ver de cerca al extranjero que 

con trajes tan raros -para ellos-, hacía 

aquellas ceremonias que nunca habían 

presenciado. Sin embargo, a pesar de 

todo, quizá nunca haya dicho Misa con 

tanta devoción.

El saco salvador

Cuando al terminar el Santo 

Sacrificio nos pusimos a pensar qué 

íbamos a hacer, porque eso de ayudar 

a la naturaleza por medio de una buena 

alimentación no bastaba, vino otra vez 

el Señor con su Providencia admirable. 

A las ocho de la mañana, un 

aldeano empleado en casa, se me 

presentó con un saco en la mano y me 

dijo:

-Padre, yo quisiera también 

ayudar a esta pobre gente, y buscando 

por aquí y por allá me he encontrado este 

saco lleno de unas escamitas blancas 

que parecen medicina. Vea usted si 

puede servirle para algo. El contenido 

era quince Kilos de ácido bórico. Allí 

estaba la solución del problema. Con 

nuestra ropa interior y con las sábanas 

que había en casa fabricamos gran 

cantidad de vendas y comenzamos 

nuestro trabajo, sumamente primitivo, 

pero que dio gran resultado. 

Consistía en poner una gasa sobre 

la herida, manteniéndola húmeda todo 

el día con una disolución desinfectante 

de ácido bórico. Así se lograba calmar un 

poco el dolor, y además manteníamos 

la lesión relativamente limpia y en 

contacto con el aire. La supuración de 

las heridas quedaba adherida a la gasa, 

con lo cual, cambiándola cuatro o cinco 

veces al día, conseguimos asegurar la 

asepsia. 

 

Siguiendo el procesos curativo 

pudimos ver antes de una semana que 

se iban formando y extendiendo poco a 

poco unas granulaciones de cicatrización 

que, debidamente cultivadas, llevaron a 

los enfermos al restablecimiento de una 

manera lenta, pero total. Así en todos 

los casos que tratamos. Tanto, que no 

tuvimos ninguno de contracción o de 

queloide, o sea degeneración maligna 

de las cicatrices.

Cuando después de cierto tiempo 

de estudio científico acerca de los 

efectos de la bomba atómica un grupo 

de médicos de la A.B.C.C. (Atomic 

Bomb Casualty Center) nos manifestó 

sus sospechas de que la bomba 

atómica tuviera influencias malignas en 

los procesos de cicatrización, pudimos 

demostrarles que no era así, puesto 

que entre todos los centenares que 

nosotros habíamos curado no se había 

dado ni una sola de esas degeneraciones 

malignas. Lo cual nos hace pensar que 

los queloides no fueron producidos 

directamente por la bomba, sino por el 

mal tratamiento de las heridas.