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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
siente a Dios más cerca. Entonces es
también cuando más necesitamos los
auxilios sobrenaturales.
La parte externa de la
celebración del Santo Sacrificio no era,
en realidad, muy propia para fomentar
la devoción sensible. Al volverme para
decir Dominus Vobiscum veía delante
de mí aquellos cincuenta heridos
acomodados delante de la capilla,
sufriendo terriblemente. Al ir a la Epís-
tola o al dirigirme al Evangelio tenía
que ir apartando suavemente con el pie
a los niños que se acercaban hasta allí.
Querían ver de cerca al extranjero que
con trajes tan raros -para ellos-, hacía
aquellas ceremonias que nunca habían
presenciado. Sin embargo, a pesar de
todo, quizá nunca haya dicho Misa con
tanta devoción.
El saco salvador
Cuando al terminar el Santo
Sacrificio nos pusimos a pensar qué
íbamos a hacer, porque eso de ayudar
a la naturaleza por medio de una buena
alimentación no bastaba, vino otra vez
el Señor con su Providencia admirable.
A las ocho de la mañana, un
aldeano empleado en casa, se me
presentó con un saco en la mano y me
dijo:
-Padre, yo quisiera también
ayudar a esta pobre gente, y buscando
por aquí y por allá me he encontrado este
saco lleno de unas escamitas blancas
que parecen medicina. Vea usted si
puede servirle para algo. El contenido
era quince Kilos de ácido bórico. Allí
estaba la solución del problema. Con
nuestra ropa interior y con las sábanas
que había en casa fabricamos gran
cantidad de vendas y comenzamos
nuestro trabajo, sumamente primitivo,
pero que dio gran resultado.
Consistía en poner una gasa sobre
la herida, manteniéndola húmeda todo
el día con una disolución desinfectante
de ácido bórico. Así se lograba calmar un
poco el dolor, y además manteníamos
la lesión relativamente limpia y en
contacto con el aire. La supuración de
las heridas quedaba adherida a la gasa,
con lo cual, cambiándola cuatro o cinco
veces al día, conseguimos asegurar la
asepsia.
Siguiendo el procesos curativo
pudimos ver antes de una semana que
se iban formando y extendiendo poco a
poco unas granulaciones de cicatrización
que, debidamente cultivadas, llevaron a
los enfermos al restablecimiento de una
manera lenta, pero total. Así en todos
los casos que tratamos. Tanto, que no
tuvimos ninguno de contracción o de
queloide, o sea degeneración maligna
de las cicatrices.
Cuando después de cierto tiempo
de estudio científico acerca de los
efectos de la bomba atómica un grupo
de médicos de la A.B.C.C. (Atomic
Bomb Casualty Center) nos manifestó
sus sospechas de que la bomba
atómica tuviera influencias malignas en
los procesos de cicatrización, pudimos
demostrarles que no era así, puesto
que entre todos los centenares que
nosotros habíamos curado no se había
dado ni una sola de esas degeneraciones
malignas. Lo cual nos hace pensar que
los queloides no fueron producidos
directamente por la bomba, sino por el
mal tratamiento de las heridas.