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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

-Si habían de ser bombardeados, 

que por lo menos les cogiese en la 

cama…

Como medida prudencial se 

habían destruido grandes sectores 

de casas para facilitar el descon-

gestionamiento en caso de bombardeo, 

pero poco a poco la ciudad volvió a 

recobrar su ritmo normal.

El correo americano

Todos los días, a eso de las cinco 

y media de la mañana, aparecía en el 

cielo un avión norteamericano B-29 en 

viaje de observación. Su puntualidad 

era matemática, de tal forma, que la 

señal que anunciaba su venida coincidía 

casi todos los días con la que me deban 

a mí para decir la Misa de cinco y media.

Nadie se inmutaba por la venida 

del bombardero. Incluso se le tomaba 

a broma. Le pusieron el nombre del 

“correo americano” y todo se reducía a 

comentar su llegada con indiferencia.

Así fueron pasando varios meses.

Algunos esperaban que Hiro-

shima no sería destruida, ya que los 

enemigos pensaban dejar algunas 

ciudades intactas, como pasó, en 

efecto, con la de Kyoto. Otros decían 

que, no siendo un gran centro 

industrial, no había nada digno de ser 

bombardeado, al contrario de lo que 

sucedía en Osaka y Kobe, por ejemplo, 

que desde el principio de la guerra se 

dedicaron únicamente a la producción 

de material bélico.

En la mañana del 6 de agosto

Sin embargo, el 6 de agosto 

ocurrió algo que rompió la monotonía de 

los meses anteriores. A eso de las ocho 

menos cinco de la mañana apareció otro 

bombardero B-29. La señal de alarma 

no nos produjo la menor impresión a 

los que estábamos acostumbrados a 

ver pasar sobre nuestras cabezas a 

escuadras de más de cien aviones.

En realidad parecía que tenía-

mos razón para no preocuparnos. Diez 

minutos después terminó la señal de 

peligro, indicando que el enemigo 

estaba fuera de la ciudad. Con esto nos 

dispusimos a trabajar con toda paz. 

Estaba yo en mi cuarto con 

otro Padre, a las ocho y cuarto de la 

mañana, cuando de repente vimos una 

luz potentísima, como un fogonazo de 

magnesio, disparado ante nuestros 

ojos. Naturalmente, extrañados, nos 

levantamos para ver lo que sucedía, 

y al ir a abrir la puerta del aposento 

-este daba hacia la ciudad- oímos 

una explosión formidable, parecida al 

mugido de un terrible huracán, que se 

llevó por delante puertas, ventanas, 

cristales, paredes endebles…, que 

hechos añicos, iban cayendo sobre 

nuestras cabezas.

Nos tiramos, o fuimos tirados al 

suelo. Y digo fuimos tirados, porque un 

padre alemán de más de 90 kilos de 

peso se hallaba apoyado en la ventana 

de su cuarto y se encontró de pronto 

sentado en el pasillo, a varios metros 

de distancia, leyendo un libro.