66
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
-Si habían de ser bombardeados,
que por lo menos les cogiese en la
cama…
Como medida prudencial se
habían destruido grandes sectores
de casas para facilitar el descon-
gestionamiento en caso de bombardeo,
pero poco a poco la ciudad volvió a
recobrar su ritmo normal.
El correo americano
Todos los días, a eso de las cinco
y media de la mañana, aparecía en el
cielo un avión norteamericano B-29 en
viaje de observación. Su puntualidad
era matemática, de tal forma, que la
señal que anunciaba su venida coincidía
casi todos los días con la que me deban
a mí para decir la Misa de cinco y media.
Nadie se inmutaba por la venida
del bombardero. Incluso se le tomaba
a broma. Le pusieron el nombre del
“correo americano” y todo se reducía a
comentar su llegada con indiferencia.
Así fueron pasando varios meses.
Algunos esperaban que Hiro-
shima no sería destruida, ya que los
enemigos pensaban dejar algunas
ciudades intactas, como pasó, en
efecto, con la de Kyoto. Otros decían
que, no siendo un gran centro
industrial, no había nada digno de ser
bombardeado, al contrario de lo que
sucedía en Osaka y Kobe, por ejemplo,
que desde el principio de la guerra se
dedicaron únicamente a la producción
de material bélico.
En la mañana del 6 de agosto
Sin embargo, el 6 de agosto
ocurrió algo que rompió la monotonía de
los meses anteriores. A eso de las ocho
menos cinco de la mañana apareció otro
bombardero B-29. La señal de alarma
no nos produjo la menor impresión a
los que estábamos acostumbrados a
ver pasar sobre nuestras cabezas a
escuadras de más de cien aviones.
En realidad parecía que tenía-
mos razón para no preocuparnos. Diez
minutos después terminó la señal de
peligro, indicando que el enemigo
estaba fuera de la ciudad. Con esto nos
dispusimos a trabajar con toda paz.
Estaba yo en mi cuarto con
otro Padre, a las ocho y cuarto de la
mañana, cuando de repente vimos una
luz potentísima, como un fogonazo de
magnesio, disparado ante nuestros
ojos. Naturalmente, extrañados, nos
levantamos para ver lo que sucedía,
y al ir a abrir la puerta del aposento
-este daba hacia la ciudad- oímos
una explosión formidable, parecida al
mugido de un terrible huracán, que se
llevó por delante puertas, ventanas,
cristales, paredes endebles…, que
hechos añicos, iban cayendo sobre
nuestras cabezas.
Nos tiramos, o fuimos tirados al
suelo. Y digo fuimos tirados, porque un
padre alemán de más de 90 kilos de
peso se hallaba apoyado en la ventana
de su cuarto y se encontró de pronto
sentado en el pasillo, a varios metros
de distancia, leyendo un libro.