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Revista Espacios Políticos
Bomba atómica
1
P. P
edro
A
rruPe
, s.j.
2
Hiroshima
H
iroshima era una ciudad de unos
400,000 habitantes. Su corte
completamente japonés, aunque
en ella no faltaba, sobre todo en el
centro, buenos edificios de cemento
armado.
La arquitectura dominante era
de madera fuerte. Casas por lo general
de un piso, a veces de dos. Las calles
estrechas y sinuosas. A todo lo largo del
perímetro de la ciudad se veían edificios
de tejado muy pesado, de paredes muy
endebles, el suelo de tatami, o paja de
arroz, y las paredes de papel resistente.
Militarmente, Hiroshima tenía
mucha importancia: era el segundo
cuartel general de las tropas japonesas,
1 Fragmento. Este es el testimonio del P. Arrupe
que aparece en sus obras Yo viví la bomba atómica
y Memorias. México, Editorial Patria, S.A., 1956 (pp.
203-216).
2 P. Pedro Arrupe Gronda, S.J. 28° prepósito
general de la Compañía de Jesús desde 1965 hasta
1983. Nació en Bilbao en 1907 y murió en Roma
en 1991.
y su puerto uno de los principales para
el traslado de divisiones armadas. Antes
del desembarco de los americanos,
pasaban semanalmente por Hiroshima
muchos miles de soldados.
Los jesuitas teníamos en
Hiroshima dos casas: una en el
centro mismo de la ciudad, que era la
parroquia, y otra a unos seis kilómetros
del centro de la explosión atómica, que
era el Noviciado de Nagatsuka, para los
novicios japoneses. Allí me encontraba
yo con otros treinta y cinco jóvenes
jesuitas.
Tranquilidad absoluta
Desde el principio de la guerra
y más conforme esta iba avanzando,
nos llamó la atención un hecho: a pesar
de la importancia militar de Hiroshima
y de que todas las grandes urbes
circunvecinas, como Kure, Iwakuni,
etc., habían sido bombardeadas de un
modo formidable, nuestra ciudad había
quedado intacta. Solo una vez, casi
podríamos decir que por descuido, cayó
una bomba en el centro sin causar el
menor daño.
Ciertamente no habían faltado
avisos de que iba a ser destruida. La
población salía por las noches a cobijarse
en los refugios horadados en los montes
vecinos; pero como a causa del frío y de la
humedad iban cayendo enfermas familias
enteras, y por otra parte no sucedía
nada anormal, la gente se cansó de un
sufrimiento que juzgaba inútil y prefirió
quedarse en las casas, corriendo el albur
de la aventura. Reacción muy natural en
una sicología de guerra que se prolonga: