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Revista Espacios Políticos
formas sutiles del genocidio, como son
la imposición de los biocombustibles,
de los transgénicos y las agresiones
por el control del agua dulce, ahora
producto de alta demanda. Evidencias
muy específicas de esto, son el “Plan
Puebla Panamá”, ahora conocido
como “Proyecto Mesoamérica”, las
regulaciones contra la economía
comunitarita de los tratados de libre
comercio y el impedimento de procesos
que permitan ampliar la capacidad
de inversión social para el desarrollo
humano. No debemos pasar por alto
el componente genocida de esta
crisis económica mundial: decenas de
comunidades son desintegradas frente
a la emigración masiva y forzada por la
economía local que no satisface y por
la demanda externa de mano de obra
barata. Si el etnicidio es una forma del
genocidio, esta emigración forzada es
etnicida. Vivir de las remesas es otra
forma de la economía dependiente.
Boyantes, -en medio de esa
crisis-, está la industria químico-
farmacéutica. Vinculada a ella,
la ingeniería genética. Un puntal
en el mercado es la producción y
comercialización de nuevos fármacos y
otros productos químico-alimenticios.
Esto se asocia a la invención de nuevas
enfermedades para las cuales se
ofertan nuevos fármacos. Surgen dos
consecuencias graves: la manipulación
genética ha puesto en circulación nuevos
microorganismos, ha disminuido las
defensas biológico-naturales, y eleva la
cantidad de nuevos enfermos. Estamos
ante graves males pandémicos que
producen enfermedades globales y
muertes masivas. Después de la invasión
española, la viruela fue genocida, hoy el
SIDA y la obesidad, por ejemplo, están
eliminando a millones de humanos.
La destrucción del medio
ambiente está terminando con
poblaciones enteras. Esta no es una
fatalidad, ni su pobreza es una simple
circunstancia. Estamos, a nivel mundial,
frente a un dramático y malthusiano
orden: tienden a sobrevivir los que
acaparan los recursos y tendemos a
desaparecer los subdesarrollados.
Esta es una trágica característica de la
transición de un injusto orden mundial,
que va de la geopolítica a la biopolítica,
de la seguridad soberana a los controles
monopolares de la seguridad mundial.
El caso Snowden hizo público un mal
oculto: todos somos espiados por el big
brother.
Al nivel de la percepción, con
acrítica fatalidad nos están dando
un mundo -y una realidad- leído por
otros. Esto implica el desistimiento
de los horizontes inmediatos de vida
y la opción por una realidad llena de
postizos y virtualidades. Es el cinismo
de un pragmatismo simplón, que nos
presiona con la aceptación acrítica de
aparentes realidades. El mejor ejemplo
es la imposición de la globalización como
realidad fatal, precisamente cuando
el orden económico mundial muestra
ahora formas mucho más desarrolladas
de proteccionismo a despecho de un
supuesto mercado libre que solamente
lo es en la eliminación de los aranceles