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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
La aplicación del concepto de
genocidio, incluyendo la sentencia
(posteriormente revocada), no permite
desentrañar el sentido de la barbarie
desatada por el ejército. Si bien es
jurídicamente lo que le permite dar
realidad a la sentencia, desactiva lo
específicamente político, que tiene
como un telón de fondo, la cuestión
de la lucha de clases, expresada en
la insubordinación del altiplano, pero
también en los otros componentes
de las rebeliones existentes en el
país. Se debe insistir en el hecho que
las prácticas sociales genocidas no
se definen únicamente a partir de la
identidad abstracta de las víctimas (sin
relación a su hacer y a las relaciones
que establecen con los otros), dentro
de una supuesta esencialidad.
No se mata a los Ixiles solo por
serlo: formaban parte de una oposición
al Estado que también se expresó en
forma de oposición armada. Reconocer
esto no significa quitarles su calidad de
víctimas, sino añadirles la dimensión de
resistentes, de sujetos con un proyecto
político reivindicativo y esperanzador,
no claudicante ni cómplice frente a un
sistema opresivo.
El resultado final de las
prácticas genocidas no fue solo la
derrota estratégica del movimiento
revolucionario guatemalteco, sino
también la instalación de un modelo
hegemónico que se ha mantenido a la
fecha y que incluye la desarticulación
de los movimientos sociales y la
imposición de lo que en este momento
es un proyecto económico político
antipopular.
Como bien se advierte en las
prácticas ejemplificantes de confección
de listas de condenados a muerte
y de aparecimiento de cadáveres
con señas de tortura y mensajes
amedrentadores, así como en el caso
de las matanzas llevadas a cabo
contra los pueblos indígenas, no se
buscaba solo eliminar a la guerrilla. Se
trataba de ejemplificar, vía el castigo,
la imposibilidad de una oposición
colectiva, conscientemente organizada.
Además de tener los efectos militares
requeridos, existieron efectos políticos
de desorganización y desmovilización,
que prepararon también a la población
para la implementación de políticas
neoliberales.
De hecho, el olvido y negación
de la identidad resistente (subversiva
en efecto), es parte de lo que Feierstein
llama “prácticas de realización simbólica
del genocidio”. Al respecto, establece
una comparación entre la realización
de las mercancías en el proceso de la
venta, que de no producirse, interrumpe
el proceso de acumulación, con la
realización de las prácticas genocidas
en los modos en los que se representan
o narran. Sin una apropiada realización,
los procesos genocidas no “cierran” su
función y no cumplen con su objetivo,
más allá de la matanza, de destruir y
reorganizar las relaciones sociales.
Argumentando desde el
psicoanálisis, (pero también desde
las neurociencias y otras disciplinas),
plantea que es precisamente la negación
de relaciones sociales caracterizadas
por prácticas de autonomía y
solidaridad que incluyen modos de
concepto del honor, un infame corporativismo
basado en la impunidad absoluta, así como de las
doctrinas aberrantes basadas en el delirio ideológico,
el fanatismo o la ‘limpieza étnica’.” (2005: 38). Vale
la pena recordar que quien señala esto es un militar
de carrera.