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 Revista Espacios Políticos

Puede 

pensarse 

que, 

especialmente hacia fines de la década 

de 1970 y principios de la de 1980, el 

Estado guatemalteco enfrentó estos 

intentos diversos y desiguales de 

transformación, con una represión 

sistemática y sanguinaria que incluyó 

la realización de prácticas sociales 

genocidas contra varios grupos 

humanos, 

especialmente 

pueblos 

indígenas. 

Reconocer la dinámica anterior 

de lucha no significa una rebaja 

de la condena sobre el accionar 

contrainsurgente, es necesario señalarlo 

explícitamente: violó su propia legalidad 

para confrontar el cuestionamiento al 

status quo. Significa contextualizarla 

y buscar devolver la identidad de 

las víctimas, no solo como víctimas 

pasivas, sino como resistentes políticos 

que creyeron que otra sociedad era 

posible. O como lo planteara también 

Feierstein para el caso argentino: 

nada más -ni nada menos- 

que una generación que 

creyó posible una sociedad 

más justa e igualitaria y 

que encarnó esa utopía 

en una práctica plagada 

de errores, como todas, 

pero también con algunos 

aciertos. Una generación 

que fue derrotada y cuyos 

sobrevivientes tienen mucho 

para enseñar y para legar a 

las siguientes. (2008: 383).

La lógica de las prácticas sociales 

genocidas

La definición propuesta sobre 

prácticas sociales genocidas, implica 

una perspectiva sobre el sujeto que 

es necesario considerar. En efecto, el 

sujeto sobre el que se habla no es el 

individuo aislado (como el propuesto 

por la teoría económica neoclásica), sino 

un sujeto complejo, que resulta de su 

incardinación en un entramado social. 

En esa lógica, Feierstein considera: 

en estos procesos de 

constitución de relaciones 

sociales, cada cuerpo se 

convierte en el territorio 

de estas relaciones. Los 

hombres no son solo 

energía mecánica ni sub-

jetividad abstracta sino, 

precisamente, conjuntos 

de relaciones sociales 

históricamente establecidas. 

Son el conjunto de los otros 

incorporados y el conjunto 

de 

personificaciones 

(máscaras) que ellos 

mismos representan. Y 

estas dos instancias, a su 

vez, en relación con las 

‘cosas’. (2000: 37).

 

Los sujetos son el “conjunto 

de relaciones sociales”, es decir, no 

individuos aislados, sino “territorio” en 

conflicto, constituidos por las relaciones 

en las cuales se encuentran insertos. 

¿Cuál es la importancia de recordar 

esta definición? 

El hecho es que las prácticas 

sociales genocidas no se dirigen 

únicamente al aniquilamiento de los 

cuerpos, sino también a la destrucción y 

reorganización de las relaciones sociales 

que estos cuerpos encarnan. Lo más 

visible de las prácticas genocidas es 

la destrucción de los cuerpos (físicos), 

pero no es lo único que sucede en ellas. 

Además de dicha destrucción 

física, también se busca operar sobre