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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
Aplicada al caso guatemalteco,
la definición citada permite considerar
que al pueblo Ixil no se le destruyó
únicamente por su identidad étnica.
De hecho, la destrucción sistemática
de otros grupos humanos (tal y como
lo planteara el informe de la Comisión
para el Esclarecimiento Histórico
-CEH-) y de forma más amplia, la
práctica contrainsurgente del ejército
guatemalteco, no tuvo como único
fin la derrota militar del movimiento
revolucionario guatemalteco,
sino la negación de prácticas de
autonomía política, de solidaridad,
de insubordinación y oposición que
el ejército condensó bajo la figura
del “delincuente subversivo”, como
expresión de todo aquello que se
oponía a la reproducción del orden
social injusto existente en Guatemala.
Esta conceptualización permite
considerar que estas prácticas incluyen
“tanto aquella que tiende y/o colabora
en el desarrollo del genocidio como
aquella que lo realiza simbólicamente
a través de modelos de representación
o narración de dicha experiencia”
(Feierstein. 2008: 36). Lo anterior
permite abarcar la barbarie sistemática
cometida, como también una serie
de efectos simbólicos que operan
posteriormente, incluso en la misma
discusión sobre el juicio por genocidio
y que se evidencian en los modos de
argumentación de ambas partes (las que
defienden que hubo genocidio y las que
lo niegan). Ello evidencia lo difícil que
es salir de una lógica que se alimenta
de la destrucción implementada.
Oposiciones y búsquedas de
transformación
Pese a la lejanía temporal,
pero sobre todo al indiscutible cambio
de época, hubo un momento en que
existió un clima social y cultural, que
hizo creer en las posibilidades de una
transformación revolucionaria del
mundo.
3
No es momento de evaluar si
fue equivocado o no, sino de constatar
su existencia.
El movimiento revolucionario
guatemalteco, al igual que otros grupos
sociales pensaron, con diferentes
matices (que iban desde el triunfo de una
revolución comunista hasta la mejora de
condiciones de vida concretas) que era
posible emprender una transformación
colectiva de las condiciones sociales y
políticas existentes en el país.
Pese a ser una línea explícita
del análisis de los movimientos
revolucionarios de aquél entonces,
se ha perdido la visión de la historia
guatemalteca (para el caso específico,
interesaría sobre todo el período 1944-
1996), como momentos del proceso
de lucha de clases. Es decir, de la lucha
por la transformación o defensa y
conservación de las relaciones sociales
de producción, organizadas inicialmente
alrededor de la figura de la finca y del
Estado liberal oligárquico (Tischler, S.
2005) y de sus posteriores cambios.
No se pueden entender las raíces
del conflicto como una confrontación
exclusivamente ideológica, llevada a
cabo en el plano militar por dos actores
más o menos simétricos, sino como la
3 En el caso guatemalteco, el movimiento
revolucionario fue posibilitado por un conjunto de
factores, entre los que se encontraban el trauma de
la contrarrevolución de 1954, el cierre de espacios
políticos, la existencia del bloque socialista, el
triunfo de la revolución cubana, etc. Ahora es difícil
comprender la fuerza de dicho contexto y la idea
de revolución como proyecto de vida asumido por
muchos militantes, pero en aquel momento, significó
una fuerza política real y actuante (observación de
Mario Alfonso Bravo).