35
Revista Espacios Políticos
Cuando el período intermedio
es más largo, el efecto sobre la
sucesión puede ser menor pero el
potencial negativo sobre la dinámica
intrapartidista no desaparece, co-
mo demostraron los procesos de
nominación de Carlos Andrés Pérez y
Rafael Caldera en la Venezuela de los
noventa, experiencias que afectaron
la disciplina partidista y generaron
profundas fracturas al interior de sus
partidos
14
.
Fujimori, “Alan García decidió apostar a Fujimori,
de modo de convertirlo en un candidato creíble
e impedir que Alva Castro se convirtiera en el
rival de Vargas Llosa en la segunda vuelta. El
diario Página Libre y otros medios vinculados
estrechamente a García comenzaron a cubrir
las actividades de Fujimori hasta entonces un
candidato menor cuya aspiración era entrar en
el Congreso. De esta manera, Fujimori consiguió
visibilidad a nivel nacional y empezó a ganar
rápidamente más intenciones de voto. Este
inesperado ascenso de Fujimori y su posterior
triunfo no podrían explicarse sin el apoyo de
García” Cardarello.
14 En Venezuela, bajo la constitución de 1961,
se establecía dos períodos intermedios para optar
a la reelección. Y cuando hubo oportunidad de
reelección esta suscitó fracturas al interior de los
dos grandes partidos históricos del bipartidismo
venezolano. Como ha analizado Cardarello
(2002) en el caso de Acción Democrática la lucha
de facciones se hizo sentir en la nominación de
candidatos para la elección de 1988, entre Octavio
Lepage (ex ministro del Interior y veterano
dirigente abanderado por el entonces presidente
Jaime Lusinchi) y Carlos Andrés Pérez quien había
gobernado en el período (1974-1979). Pérez
resultó nominado y vencedor de esas elecciones,
dando lugar a la primera reelección de la cuarta
república venezolana. No obstante, las fracturas
generadas por la rivalidad en la candidatura
cobrarían importancia posterior cuando Pérez
implementó el paquete de medidas económicas
que derivaría en el conocido Caracazo en 1989
y en la aprobación del antejuicio de mérito que
daría lugar a su destitución por malversación de
fondos públicos. Por su parte, COPEI también
confrontó una situación de enfrentamiento que
generó su ruptura. Rafael Caldera, presidente
por ese partido en el período 1969-1974, intentó
retornar a la presidencia una década después de
culminar su mandato, el 4 de diciembre de 1983.
• Reelección continua y
limitada
En los años noventa el dogma
antireelección comenzó a ceder en
el marco de una ola de reformas
orientadas a reforzar el poder
presidencial mediante una “mayor
legitimación electoral.” (Alcántara,
1999).
Frente al viejo temor en
cuanto a la posibilidad de que
un ejecutivo se perpetúe en el
poder comenzaron a ponderarse
positivamente las ventajas que
podría implicar. Que un titular de
la presidencia tenga la posibilidad
de competir electoralmente genera
una serie de incentivos que no son
necesariamente negativos, pero que
retan a la institucionalidad del país
en el que se aplica. En este sentido
la investigación comparada apunta a
que el nudo de esta modalidad está
relacionado con el efecto de lo que
en la ciencia política norteamericana
se conoce como incumbent.
La presencia del incumbent
genera un poderoso efecto reductor
sobre el número efectivo de
partidos, lo que redundaría en una
menor fragmentación del sistema
de partidos. En efecto, la reelección
No obstante, los malos resultados de la gestión
de su antecesor (Luis Antonio Herrera Campins
también de COPEI) le cobraron factura y fue
derrotado por el candidato de AD Jaime Lusinchi.
Para las presidenciales de diciembre de 1988
perdió la nominación de su partido por lo que
decidió romper con el partido que había fundado
y en 1993 presentó su propia candidatura
presidencial por Convergencia Democrática, (una
coalición de 17 partidos) con la cual obtuvo la
presidencia para el período 1994-1999.