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 Revista Espacios Políticos

Cuando el período intermedio 

es más largo, el efecto sobre la 

sucesión puede ser menor pero el 

potencial negativo sobre la dinámica 

intrapartidista no desaparece, co-

mo demostraron los procesos de 

nominación de Carlos Andrés Pérez y 

Rafael Caldera en la Venezuela de los 

noventa, experiencias que afectaron 

la disciplina partidista y generaron 

profundas fracturas al interior de sus 

partidos

14

Fujimori, “Alan García decidió apostar a Fujimori, 

de modo de convertirlo en un candidato creíble 

e impedir que Alva Castro se convirtiera en el 

rival de Vargas Llosa en la segunda vuelta. El 

diario Página Libre y otros medios vinculados 

estrechamente a García comenzaron a cubrir 

las actividades de Fujimori hasta entonces un 

candidato menor cuya aspiración era entrar en 

el Congreso. De esta manera, Fujimori consiguió 

visibilidad a nivel nacional y empezó a ganar 

rápidamente más intenciones de voto. Este 

inesperado ascenso de Fujimori y su posterior 

triunfo no podrían explicarse sin el apoyo de 

García” Cardarello.
14 En Venezuela, bajo la constitución de 1961, 

se establecía dos períodos intermedios para optar 

a la reelección. Y cuando hubo oportunidad de 

reelección esta suscitó fracturas al interior de los 

dos grandes partidos históricos del bipartidismo 

venezolano. Como ha analizado Cardarello 

(2002) en el caso de Acción Democrática la lucha 

de facciones se hizo sentir en la nominación de 

candidatos para la elección de 1988, entre Octavio 

Lepage (ex ministro del Interior y veterano 

dirigente abanderado por el entonces presidente 

Jaime Lusinchi) y Carlos Andrés Pérez quien había 

gobernado en el período (1974-1979). Pérez 

resultó nominado y vencedor de esas elecciones, 

dando lugar a la primera reelección de la cuarta 

república venezolana. No obstante, las fracturas 

generadas por la rivalidad en la candidatura 

cobrarían importancia posterior cuando Pérez 

implementó el paquete de medidas económicas 

que derivaría en el conocido Caracazo en 1989 

y en la aprobación del antejuicio de mérito que 

daría lugar a su destitución por malversación de 

fondos públicos. Por su parte, COPEI también 

confrontó una situación de enfrentamiento que 

generó su ruptura. Rafael Caldera, presidente 

por ese partido en el período 1969-1974, intentó 

retornar a la presidencia una década después de 

culminar su mandato, el 4 de diciembre de 1983. 

• Reelección continua y 

limitada

En los años noventa el dogma 

antireelección comenzó a ceder en 

el marco de una ola de reformas 

orientadas a reforzar el poder 

presidencial mediante una “mayor 

legitimación electoral.” (Alcántara, 

1999).

Frente al viejo temor en 

cuanto a la posibilidad de que 

un ejecutivo se perpetúe en el 

poder comenzaron a ponderarse 

positivamente las ventajas que 

podría implicar. Que un titular de 

la presidencia tenga la posibilidad 

de competir electoralmente genera 

una serie de incentivos que no son 

necesariamente negativos, pero que 

retan a la institucionalidad del país 

en el que se aplica. En este sentido 

la investigación comparada apunta a 

que el nudo de esta modalidad está 

relacionado con el efecto de lo que 

en la ciencia política norteamericana 

se conoce como incumbent.

La presencia del incumbent 

genera un poderoso efecto reductor 

sobre el número efectivo de 

partidos, lo que redundaría en una 

menor fragmentación del sistema 

de partidos. En efecto, la reelección 

No obstante, los malos resultados de la gestión 

de su antecesor (Luis Antonio Herrera Campins 

también de COPEI) le cobraron factura y fue 

derrotado por el candidato de AD Jaime Lusinchi. 

Para las presidenciales de diciembre de 1988 

perdió la nominación de su partido por lo que 

decidió romper con el partido que había fundado 

y en 1993 presentó su propia candidatura 

presidencial por Convergencia Democrática, (una 

coalición de 17 partidos) con la cual obtuvo la 

presidencia para el período 1994-1999.