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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
No obstante, la reelección
diferida también entraña algunos
problemas, pues genera incentivos
perversos en la dinámica partidista
al introducir un potencial conflicto
entre la competencia electoral
interpartidista y la intrapartidista
o, dicho de otro modo, entre los
intereses del partido y los del
presidente.
Como señala Carey (2003),
un presidente en ejercicio que
puede reelegirse pero no de forma
inmediata puede verse inclinado a
socavar el éxito electoral inmediato
de su propio partido para evitar que
otro político del propio partido lo
eclipse como figura destacada del
mismo. Si el partido del presidente
pierde las próximas elecciones, este
“puede retener la prominencia como
líder de la oposición, junto con un
aura de campeón capaz de ganar
una elección nacional”, (pág. 86).
En este sentido, el presidente
generalmente busca un sustituto
que no signifique una disputa a su
liderazgo y, por ello, se preocupa
e intenta incidir en la forma en
que el sucesor es nominado. Una
posibilidad que será mucho mayor
en aquellos sistemas políticos donde
la nominación se realiza desde las
cúpulas partidistas y más limitada
en aquellos donde se utiliza la
modalidad de primarias. Como
indica Cardarello, (2002:30), el
liderazgo del presidente en funciones
puede verse resentido si su sucesor
obtuvo la candidatura mediante una
elección en la que consiguió apoyos
importantes entre los dirigentes del
partido, y/o sí logró una imagen
pública atractiva. En cambio su
liderazgo se ve fortalecido cuando
su apoyo le ha resultado decisivo al
sucesor para obtener la candidatura.
Ejemplos de los este tipo de
problemas han sido evidentes en
los sistemas donde el proceso de
nominación se realiza por medio de
fórmulas distintas a las primarias
(esquema que aún continua siendo
predominante en la región) y
particularmente cuando el intermedio
exigido para optar a la reelección es
de un solo período, pues dado que es
muy poco probable que en un contexto
multipartidista un partido triunfe
en tres elecciones consecutivas, el
mejor camino para un presidente que
busca su reelección es que su partido
pierda en el período intermedio
en el que él no puede postularse.
En este sentido, las experiencias
de los procesos de sucesión en los
casos de Sanguinetti y Lacalle en
Uruguay y de Allan García en Perú
durante los noventa, evidencian
como conductas que pudieran
incluso tildarse de irracionales y
que condujeron al fracaso inmediato
para sus partidos, favorecieron los
deseos reeleccionistas de estos
presidentes
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El caso de Perú ilustra bien este tipo
de situación. Según el análisis de Cardarello
(2002), el presidente Alan García (APRA); quien
gozaba de gran popularidad intentó una reforma
constitucional que le permitiera en 1990 la
reelección presidencial inmediata; desechada
esta posibilidad García enfocó sus esfuerzos en
evitar el éxito de Alva Castro, para ese entonces
candidato del APRA; con ese objetivo apoyó al
candidato de Izquierda Unida y cuando este
no fue favorecido por las encuestas apoyó a