16
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
En
los
contextos
menos
institucionalizados respecto a la
democracia, la siguiente es una
pregunta recurrente: sin partidos,
¿quiénes serán los protagonistas de la
democracia? De vuelta, democracias
sin demos y elecciones sin democracia
son dos categorizaciones típicas que
pueden servir de respuesta.
La democracia no es completa,
no es de alta intensidad, pero el índice
se sostiene en razón de elecciones
ininterrumpidas como garantía de no
retornar al pasado autoritario.
La institucionalidad, aunque
precaria,
atiende
y
resuelve
demandas en un contexto donde la
ciudadanía tiende a desconectarse
del proceso político. El único estímulo
claro que la ciudadanía canaliza al
sistema se realiza por medio de lo que
O´Donell denomina accountability
vertical y esto se materializa para la
mayoría de sistemas presidenciales
en el voto de castigo. No hay, sin
embargo, agencias gubernamentales
que complementen y empoderen el
ejercicio de fiscalización ciudadana.
Por así decirlo, en términos
coloquiales, a pocos interesa “contar
las costillas al dinosaurio”. Si esto es
una tendencia sostenida, en efecto,
la democracia se aleja de las manos
ciudadanas para transformase en
un juego altamente corporativo, es
decir, con accesos limitados para
actores específicos y concretos. Por
lo anterior, se han necesitado nuevos
términos para reclasificar el producto
final de las transiciones democráticas
en la región, reconociendo que la
misma sigue siendo inconclusa. El
producto final es una democracia
híbrida, pues se encuentra entre
la democracia de partidos como
simples máquinas electorales, vicios
autoritarios que aún son mantenidos
por los Ejecutivos de turno y una
dinámica donde el sistema se abre
para permitir el acceso participativo
a grupos de peso político relevante.
Cuando los anteriores vicios
autoritarios son dominantes o cuando
los procesos políticos se monopolizan
por sectores específicos, arribamos
al plano de las democracias
secuestradas. Alguien más —y no la
ciudadanía— hace la agenda. Y allí
es donde debe de cuestionarse si la
ciudadanía guatemalteca tiene las
capacidades puntuales para lograr
recuperar el sistema, pues debemos
reconocer varias cosas (al menos
si hablamos en términos de ciencia
política formal):
1) la categoría de pueblo no existe,
excepto como vocablo literario.
Debemos usar el término
ciudadanos,
2) la mayoría de cambios políticos
(si no todos) son siempre
resultados de pactos entre
élites (las libertades políticas
modernas son un producto de
las demandas de la pequeña
burguesía) y
3) al ser limitado el alcance
ciudadano
se
requieren
mecanismos externos al sistema
que dirijan la democracia hacia
finalidades específicas.
Es así que en contextos políticos
como el guatemalteco se requiere
retornar a la aceptación de que el
sistema sigue siendo tutelado, guiado,
dirigido. Decir esto no es poca cosa
porque precisamente en América