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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

En 

los 

contextos 

menos 

institucionalizados respecto a la 

democracia, la siguiente es una 

pregunta recurrente: sin partidos, 

¿quiénes serán los protagonistas de la 

democracia? De vuelta, democracias 

sin demos y elecciones sin democracia 

son dos categorizaciones típicas que 

pueden servir de respuesta.

La democracia no es completa, 

no es de alta intensidad, pero el índice 

se sostiene en razón de elecciones 

ininterrumpidas como garantía de no 

retornar al pasado autoritario.

La institucionalidad, aunque 

precaria, 

atiende 

resuelve 

demandas en un contexto donde la 

ciudadanía tiende a desconectarse 

del proceso político. El único estímulo 

claro que la ciudadanía canaliza al 

sistema se realiza por medio de lo que 

O´Donell denomina accountability 

vertical y esto se materializa para la 

mayoría de sistemas presidenciales 

en el voto de castigo. No hay, sin 

embargo, agencias gubernamentales 

que complementen y empoderen el 

ejercicio de fiscalización ciudadana. 

Por así decirlo, en términos 

coloquiales, a pocos interesa contar 

las costillas al dinosaurio”Si esto es 

una tendencia sostenida, en efecto, 

la democracia se aleja de las manos 

ciudadanas para transformase en 

un juego altamente corporativo, es 

decir, con accesos limitados para 

actores específicos y concretos. Por 

lo anterior, se han necesitado nuevos 

términos para reclasificar el producto 

final de las transiciones democráticas 

en la región, reconociendo que la 

misma sigue siendo inconclusa. El 

producto final es una democracia 

híbrida, pues se encuentra entre 

la democracia de partidos como 

simples máquinas electorales, vicios 

autoritarios que aún son mantenidos 

por los Ejecutivos de turno y una 

dinámica donde el sistema se abre 

para permitir el acceso participativo 

a grupos de peso político relevante.

Cuando los anteriores vicios 

autoritarios son dominantes o cuando 

los procesos políticos se monopolizan 

por sectores específicos, arribamos 

al plano de las democracias 

secuestradas. Alguien más —y no la 

ciudadanía— hace la agenda. Y allí 

es donde debe de cuestionarse si la 

ciudadanía guatemalteca tiene las 

capacidades puntuales para lograr 

recuperar el sistema, pues debemos 

reconocer varias cosas (al menos 

si hablamos en términos de ciencia 

política formal): 

1)  la categoría de pueblo no existe, 

excepto como vocablo literario. 

Debemos usar el término 

ciudadanos, 

2)  la mayoría de cambios políticos 

(si no todos) son siempre 

resultados de pactos entre 

élites (las libertades políticas 

modernas son un producto de 

las demandas de la pequeña 

burguesía) y 

3)  al ser limitado el alcance 

ciudadano 

se 

requieren 

mecanismos externos al sistema 

que dirijan la democracia hacia 

finalidades específicas. 

Es así que en contextos políticos 

como el guatemalteco se requiere 

retornar a la aceptación de que el 

sistema sigue siendo tutelado, guiado, 

dirigido. Decir esto no es poca cosa 

porque precisamente en América