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Revista Espacios Políticos
Desde el momento en que el lazo con la
naturaleza se corta, en que los gobiernos
son obligados a figurarse como
instancias de lo común de la comunidad,
instancias separadas de la mera lógica
de relaciones de autoridad inmanentes
a la reproducción del cuerpo social,
existe una esfera pública que es una
esfera de encuentro y de conflicto entre
las dos lógicas opuestas de la policía y
la política, del gobierno natural de las
competencias sociales y el gobierno
de cualquiera. La práctica espontánea
de todo gobierno tiende a angostar
esa esfera pública convirtiéndola en su
asunto privado, lo cual le hace expulsar
hacia la vida privada las intervenciones
y los lugares de intervención de los
actores no estatales, (pág. 81).
Cuando las intervenciones y
los lugares de intervención de los
actores no estatales regresan a la
esfera pública, ocurre el desacuerdo.
Cuando la política desafía a la policía,
entonces demuestra que el orden que
la segunda dice que hay, es en realidad
contingente. Esto hace recordar la
teoría de discurso de Laclau y Mouffe
sobre la hegemonía y cómo esta se
hace pasar como objetividad; es decir,
como algo que es dado e inamovible
y que aparentemente no deriva su
significado de algo más. Pero esto es
solo apariencia, por lo que Laclau y
Mouffe argumentan que objetividad
es lo mismo que ideología, ya que
todos los significados son fluidos y
todos los discursos contingentes, pero
es la objetividad la que enmascara su
contingencia y al hacerlo, esconde
las posibilidades alternativas que se
pueden presentar.
Es entonces, cuando la política
regresa a la esfera pública, que la
contingencia se desenmascara y la
hegemonía de la policía se pone en
duda. Se demuestra que el orden en
el cual no habría nadie que no cuente,
falte o sobre y del que todos tomarían
parte en la medida en que la policía les
haya asignado un rol, función o lugar
específico, no resiste la prueba de la
igualdad, ya que hay un excedente; hay
otros que están fuera y que lo retan.
Entonces, ese excedente, esa parte de
los que no tienen parte, interrumpe
el orden natural de dominación (el
statu quo), para establecerse como
parte, hacen visible lo que hasta ese
momento era invisible y convierten en
discurso lo que hasta ese momento
era tan slo considerado como ruido
de fondo. Es aquí en donde surge la
democracia. Porque la democracia, de
acuerdo a Rancière, no es un régimen
político sino la ruptura de la lógica de
la policía.
2. Democracia
El desacuerdo no consiste nece-
sariamente en posiciones antagónicas
(blanco-negro) sino se refiere más
bien a entender lo mismo, en formas
diferentes. Es decir, que existen dos
o más posiciones sobre lo blanco (o
lo negro) y cada posición entiende
parcialmente lo mismo y parcialmente
algo diferente con ese mismo término.
El desacuerdo, entonces, se trata de:
Un encuentro entre lo que «a la
vez» se entiende y no se entiende,
y por ello ambas posiciones son
inconmensurables. Se podría decir
que ni siquiera hablan de lo mismo,
pero que a la vez comparten algo de
su evaluación, lo cual da la medida
de la imposibilidad de la «comunidad
de habla» habermasiana en Rancière.
(Franzé, 2012: 73)
El desacuerdo es democracia, ya
que esta es la inclusión de la parte
de los sin parte, que con su presencia