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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
de la cruz. Hubo pecado, hubo pecado
y abundante, pero no pedimos
perdón, y por eso pedimos perdón,
y pido perdón, pero allí también,
donde hubo pecado, donde hubo
abundante pecado, sobreabundó la
gracia a través de esos hombres que
defendieron la justicia de los pueblos
originarios.
Les pido también a todos,
creyentes y no creyentes, que
se acuerden de tantos obispos,
sacerdotes y laicos que predicaron
y predican la Buena Noticia de Jesús
con coraje y mansedumbre, respeto
y en paz –dije obispos, sacerdotes,
y laicos, no me quiero olvidar de las
monjitas que anónimamente patean
nuestros barrios pobres llevando
un mensaje de paz y de bien–, que
en su paso por esta vida dejaron
conmovedoras obras de promoción
humana y de amor, muchas veces
junto a los pueblos indígenas
o acompañando a los propios
movimientos populares incluso hasta
el martirio. La Iglesia, sus hijos e hijas,
son una parte de la identidad de los
pueblos en Latinoamérica. Identidad
que, tanto aquí como en otros países,
algunos poderes se empeñan en
borrar, tal vez porque nuestra fe es
revolucionaria, porque nuestra fe
desafía la tiranía del ídolo dinero. Hoy
vemos con espanto cómo en Medio
Oriente y otros lugares del mundo
se persigue, se tortura, se asesina
a muchos hermanos nuestros por su
fe en Jesús. Eso también debemos
denunciarlo: dentro de esta tercera
guerra mundial en cuotas que
vivimos, hay una especie –fuerzo la
palabra– de genocidio en marcha que
debe cesar.
A los hermanos y hermanas del
movimiento indígena latinoamericano,
déjenme trasmitirles mi más hondo
cariño y felicitarlos por buscar la
conjunción de sus pueblos y culturas,
eso –conjunción de pueblos y
culturas–, eso que a mí me gusta llamar
poliedro, una forma de convivencia
donde las partes conservan su
identidad construyendo juntas una
pluralidad que no atenta, sino que
fortalece la unidad. Su búsqueda de
esa interculturalidad que combina la
reafirmación de los derechos de los
pueblos originarios con el respeto a
la integridad territorial de los Estados
nos enriquece y nos fortalece a todos.
3.3. y
La
tercera
tarea
,
taL
vez
La
más
importante
que
debemos
asumir
hoy
,
es
defender
La
madre
tierra
La casa común de todos nosotros
está siendo saqueada, devastada,
vejada impunemente. La cobardía
en su defensa es un pecado grave.
Vemos con decepción creciente
cómo se suceden una tras otras las
cumbres internacionales sin ningún
resultado importante. Existe un
claro, definitivo e impostergable
imperativo ético de actuar que no
se está cumpliendo. No se puede
permitir que ciertos intereses –que
son globales pero no universales– se
impongan, sometan a los Estados
y organismos internacionales, y
continúen destruyendo la creación.