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Revista Espacios Políticos
el colonialismo ideológico. Como
dijeron los Obispos de África en el
primer Sínodo continental africano,
muchas veces se pretende convertir
a los países pobres en «piezas de
un mecanismo y de un engranaje
gigantesco» [5].
Hay que reconocer que ninguno
de los graves problemas de la
humanidad se puede resolver sin
interacción entre los Estados y los
pueblos a nivel internacional. Todo
acto de envergadura realizado en
una parte del planeta repercute
en todo en términos económicos,
ecológicos, sociales y culturales.
Hasta el crimen y la violencia se han
globalizado. Por ello, ningún gobierno
puede actuar al margen de una
responsabilidad común. Si realmente
queremos un cambio positivo,
tenemos que asumir humildemente
nuestra interdependencia, es decir,
nuestra sana interdependencia.
Pero interacción no es sinónimo de
imposición, no es subordinación de
unos en función de los intereses de
otros.
El colonialismo, nuevo y viejo,
que reduce a los países pobres a
meros proveedores de materia prima
y trabajo barato, engendra violencia,
miseria, migraciones forzadas y
todos los males que vienen de la
mano… precisamente porque, al
poner la periferia en función del
centro, les niega el derecho a un
desarrollo integral. Y eso, hermanos,
es inequidad y la inequidad genera
violencia, que no habrá recursos
policiales, militares o de inteligencia
capaces de detener.
Digamos
“NO”,
entonces,
a las viejas y nuevas formas de
colonialismo. Digamos “SÍ” al
encuentro entre pueblos y culturas.
Felices los que trabajan por la paz.
Y aquí quiero detenerme en un
tema importante. Porque alguno
podrá decir, con derecho, que,
cuando el Papa habla del colonialismo
se olvida de ciertas acciones de la
Iglesia. Les digo, con pesar: se han
cometido muchos y graves pecados
contra los pueblos originarios de
América en nombre de Dios. Lo han
reconocido mis antecesores, lo ha
dicho el CELAM, el Consejo Episcopal
Latinoamericano, y también quiero
decirlo. Al igual que san Juan Pablo
II, pido que la Iglesia –y cito lo que
dijo él–:
«se postre ante Dios e implore
perdón por los pecados pasados y
presentes de sus hijos» [6].
Y quiero decirles, quiero ser muy
claro, como lo fue san Juan Pablo II:
pido humildemente perdón, no sólo
por las ofensas de la propia Iglesia
sino por los crímenes contra los
pueblos originarios durante la llamada
conquista de América.
Y junto a este pedido de perdón
y para ser justos, también quiero que
recordemos a millares de sacerdotes,
obispos, que se opusieron fuertemente
a la lógica de la espada con la fuerza