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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

sean respetados. Ningún poder 

fáctico o constituido tiene derecho a 

privar a los países pobres del pleno 

ejercicio de su soberanía y, cuando 

lo hacen, vemos nuevas formas de 

colonialismo que afectan seriamente 

las posibilidades de paz y de justicia, 

porque «la paz se funda no sólo en el 

respeto de los derechos del hombre, 

sino también en los derechos de los 

pueblos particularmente el derecho a 

la independencia» [3].

Los pueblos de Latinoamérica 

parieron dolorosamente su indepen-

dencia política y, desde entonces, 

llevan casi dos siglos de una historia 

dramática y llena de contradicciones 

intentando conquistar una indepen-

dencia plena.

En estos últimos años, después 

de tantos desencuentros, muchos 

países latinoamericanos han visto 

crecer la fraternidad entre sus 

pueblos. Los gobiernos de la Región 

aunaron esfuerzos para hacer 

respetar su soberanía, la de cada 

país, la del conjunto regional, que tan 

bellamente, como nuestros padres de 

antaño, llaman la “Patria Grande”. Les 

pido a ustedes, hermanos y hermanas 

de los movimientos populares, que 

cuiden y acrecienten esta unidad. 

Mantener la unidad frente a todo 

intento de división es necesario para 

que la región crezca en paz y justicia.

A pesar de estos avances, todavía 

subsisten factores que atentan contra 

este desarrollo humano equitativo y 

coartan la soberanía de los países de 

la “Patria Grande” y otras latitudes 

del planeta. El nuevo colonialismo 

adopta diversas fachadas. A veces, 

es el poder anónimo del ídolo dinero: 

corporaciones, prestamistas, algunos 

tratados denominados «de libre 

comercio» y la imposición de medidas 

de «austeridad» que siempre ajustan 

el cinturón de los trabajadores y los 

pobres. Los obispos latinoamericanos 

lo denunciamos con total claridad en 

el documento de Aparecida cuando se 

afirma que:

«las instituciones financieras y 
las empresas transnacionales se 
fortalecen al punto de subordinar 
las economías locales, sobre 
todo, debilitando a los Estados, 
que aparecen cada vez más 
impotentes para llevar adelante 
proyectos de desarrollo al servicio 
de sus poblaciones.» [4]

En otras ocasiones, bajo el noble 

ropaje de la lucha contra la corrupción, 

el narcotráfico o el terrorismo –graves 

males de nuestros tiempos que 

requieren una acción internacional 

coordinada–, vemos que se impone 

a los Estados medidas que poco 

tienen que ver con la resolución de 

esas problemáticas y muchas veces 

empeoran las cosas.

Del mismo modo, la concen-

tración monopólica de los medios 

de 

comunicación 

social, 

que 

pretende imponer pautas alienantes 

de consumo y cierta uniformidad 

cultural, es otra de las formas que 

adopta el nuevo colonialismo. Es