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Revista Espacios Políticos
La distribución justa de los frutos
de la tierra y el trabajo humano no es
mera filantropía. Es un deber moral.
Para los cristianos, la carga es aún
más fuerte: es un mandamiento. Se
trata de devolverles a los pobres y a
los pueblos lo que les pertenece. El
destino universal de los bienes no es
un adorno discursivo de la doctrina
social de la Iglesia. Es una realidad
anterior a la propiedad privada. La
propiedad, muy en especial cuando
afecta los recursos naturales, debe
estar siempre en función de las
necesidades de los pueblos. Y estas
necesidades no se limitan al consumo.
No basta con dejar caer algunas
gotas cuando los pobres agitan esa
copa que nunca derrama por sí sola.
Los planes asistenciales que atienden
ciertas urgencias sólo deberían
pensarse como respuestas pasajeras,
coyunturales. Nunca podrían sustituir
la verdadera inclusión: esa que da
el trabajo digno, libre, creativo,
participativo y solidario.
Y, en este camino, los movimientos
populares tienen un rol esencial, no
sólo exigiendo y reclamando, sino
fundamentalmente creando. Ustedes
son poetas sociales: creadores de
trabajo, constructores de viviendas,
productores de alimentos, sobre todo
para los descartados por el mercado
mundial.
He conocido de cerca distintas
experiencias donde los trabajadores
unidos en cooperativas y otras formas
de organización comunitaria lograron
crear trabajo donde sólo había sobras
de la economía idolátrica. Y vi que
algunos están aquí. Las empresas
recuperadas, las ferias francas y
las cooperativas de cartoneros son
ejemplos de esa economía popular
que surge de la exclusión y, de a
poquito, con esfuerzo y paciencia,
adopta formas solidarias que la
dignifican. Y, ¡qué distinto es eso a que
los descartados por el mercado formal
sean explotados como esclavos!
Los gobiernos que asumen
como propia la tarea de poner
la economía al servicio de los pueblos
deben promover el fortalecimiento,
mejoramiento, coordinación y expan-
sión de estas formas de economía
popular y producción comunitaria.
Esto implica mejorar los procesos
de trabajo, proveer infraestructura
adecuada y garantizar plenos
derechos a los trabajadores de este
sector alternativo. Cuando Estado
y organizaciones sociales asumen
juntos la misión de las “tres T”, se
activan los principios de solidaridad y
subsidiariedad que permiten edificar
el bien común en una democracia
plena y participativa.
3.2. L
a
segunda
tarea
es
unir
nuestros
puebLos
en
eL
camino
de
La
paz
y
La
justicia
Los pueblos del mundo quieren
ser artífices de su propio destino.
Quieren transitar en paz su marcha
hacia la justicia. No quieren tutelajes
ni injerencias donde el más fuerte
subordina al más débil. Quieren que
su cultura, su idioma, sus procesos
sociales y tradiciones religiosas