98
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
¿Qué puedo hacer yo desde mi villa, mi
chabola, mi población, mi rancherío,
cuando soy diariamente discriminado
y marginado? ¿Qué puede hacer ese
estudiante, ese joven, ese militante,
ese misionero que patea las barriadas
y los parajes con el corazón lleno de
sueños pero casi sin ninguna solución
para sus problemas?
Pueden hacer mucho. Pueden
hacer mucho. Ustedes, los más
humildes, los explotados, los pobres
y excluidos, pueden y hacen mucho.
Me atrevo a decirles que el futuro de
la humanidad está, en gran medida,
en sus manos, en su capacidad de
organizarse y promover alternativas
creativas, en la búsqueda cotidiana
de las “tres T”. ¿De acuerdo?
Trabajo, techo y tierra. Y también,
en su participación protagónica en
los grandes procesos de cambio,
cambios nacionales, cambios regio-
nales y cambios mundiales. ¡No se
achiquen!
2. Segundo. Ustedes son sembradores
de cambio. Aquí en Bolivia he
escuchado una frase que me gusta
mucho: “proceso de cambio”. El
cambio concebido no como algo
que un día llegará porque se impuso
tal o cual opción política o porque
se instauró tal o cual estructura
social. Dolorosamente sabemos
que un cambio de estructuras
que no viene acompañado de una
sincera conversión de las actitudes
y del corazón termina a la larga
o a la corta por burocratizarse,
corromperse y sucumbir. Hay que
cambiar el corazón. Por eso me
gusta tanto la imagen del proceso,
los procesos, donde la pasión por
sembrar, por regar serenamente lo
que otros verán florecer, remplaza
la ansiedad por ocupar todos los
espacios de poder disponibles
y ver resultados inmediatos. La
opción es por generar procesos y
no por ocupar espacios. Cada uno
de nosotros no es más que parte
de un todo complejo y diverso
interactuando en el tiempo:
pueblos que luchan por una
significación, por un destino, por
vivir con dignidad, por “vivir bien”,
dignamente, en ese sentido.
Ustedes, desde los movimientos
populares, asumen las labores de
siempre motivados por el amor
fraterno que se rebela contra la
injusticia social. Cuando miramos
el rostro de los que sufren, el
rostro del campesino amenazado,
del trabajador excluido, del indígena
oprimido, de la familia sin techo,
del migrante perseguido, del joven
desocupado, del niño explotado, de
la madre que perdió a su hijo en un
tiroteo porque el barrio fue copado
por el narcotráfico, del padre que
perdió a su hija porque fue sometida
a la esclavitud; cuando recordamos
esos “rostros y esos nombres”, se
nos estremecen las entrañas frente a
tanto dolor y nos conmovemos, todos
nos conmovemos… Porque “hemos
visto y oído” no la fría estadística sino
las heridas de la humanidad doliente,
nuestras heridas, nuestra carne. Eso es
muy distinto a la teorización abstracta
o la indignación elegante. Eso nos
conmueve, nos mueve y buscamos