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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
Mozote. No es fácil este diálogo de
valores humanos que la izquierda
debería asumir sin ambages como un
diálogo serio entre raíces y opciones.
Ni es fácil llevar a políticas de Estado
uno de esos valores, talvez el princi-
pal, la opción por los pobres.
Afrontar la articulación más
eficaz y a la vez más justa entre
el mercado y el Estado, entre la
iniciativa privada y la planeación
e inversión social del Estado
La Izquierda arrastra como
una de sus opciones principales
la estatización de la iniciativa
económica, fundamentalmente por
medio de la planificación. La historia
de la Unión Soviética ha mostrado
claramente que ese es un callejón sin
salida además de poder convertirse
en una senda de crímenes, tanto a
través de la expropiación forzosa
de los campesinos medianos en la
agricultura como también a través de la
creación del no menos criminal medio
de producción concentracionario (los
campos de concentración dedicados
al trabajo forzado de personas
condenadas al exilio interno en su
propia patria).
El keynesianismo mostró, sin
embargo, cómo es posible optar por la
intervención del Estado en la economía
para encaminar a la población hacia
el bienestar; y esto a través de leyes
que legislan el seguro, obligatorio
para los empresarios, de obreros y
empleados; un sistema de impuestos
progresivos que tienda a mantener
la desigualdad de los ingresos entre
parámetros relativamente aceptables;
un sistema de contratos colectivos
que den a obreros industriales y
agrícolas y a empleados la posibilidad
de verdaderos salarios familiares;
una política monetaria que permita
abordar los juegos especulativos de
los inversionistas con cierto margen
de seguridad ni inflacionaria ni
deflacionaria, etc. El primer periodo
presidencial de François Mitterrand
como Presidente de la República
francesa en los años ochenta mostró
la posibilidad de articular con la libre
iniciativa privada un plan estatal de
inversiones nacionales y de propiedad
y administración de ciertas industrias
demasiado estratégicas como para
quedar enteramente en manos de la
iniciativa privada. Los años entre 1945,
final de la Segunda Guerra Mundial,
y 1975, afianciamiento de la crisis
petrolera, mostraron la posibilidad de
regular la economía sin estatizarla –
este tipo de opción reguladora era en
realidad emancipadora-.
Desde
entonces,
la
desregulación de los mercados;
la globalización de la industria en
búsqueda de obreros que exijan
menor retribución salarial; la
conversión en dogma de que el
keynesianismo es ruinoso para los
Estados cuando se combina con una
curva demográfica que cada vez
desequilibra más las edades a favor
de jubilados, retirados y ancianos;
la doctrina de que solo las fuerzas
laborales han de ser intervenidas
para contraer sus salarios sin que se
intervengan los siempre crecientes
ingresos del capital privado; y la
conversión de las finanzas en un
casino global, cuyas pérdidas tienen
que ser después compensadas por
fondos provenientes del Estado, es