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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
solidaridad compartida. Una civiliza-
ción que tenga “como principio dina-
mizador, frente a la acumulación del
capital, la dignificación por el trabajo,
un trabajo que no tenga por objeti-
vo principal la producción de capital,
sino el perfeccionamiento” del ser hu-
mano
22
. Aparentemente muchos de
los izquierdistas de hoy han perdido
el horizonte de que los bienes de este
mundo están destinados para huma-
nizar a toda la humanidad y no para
ser apropiados privadamente por una
minoría de ella. Incluidos en esos bie-
nes el aire, el agua, los ríos, los mares,
las playas, la biodiversidad, las entra-
ñas de la tierra y el espacio sideral. Y
como la pérdida de un horizonte lleva
consigo la ganancia de otro, no pocos
de estos líderes izquierdistas adoptan
los mismos hábitos de consumo de
lujo que solo pueden ser financiados
por un capital privado continuamente
creciente. Un ejemplo típico es el de
los automóviles usados en este país
por los diputados de la izquierda, que
nada tienen que envidiar a los usados
por los de la derecha. ¿Se pueden lle-
var y mostrar los signos de vida de
los ricos impunemente sin ser ase-
diados desde el corazón por el “hu-
manismo” egoísta y acaparador de
los ricos? “Donde está tu tesoro, allí
estará también tu corazón”. Hay una
austeridad de vida, que es propia de
un ser humano nuevo desprendido de
la posesión egoísta y entregado a la
solidaridad compartida, capaz así de
ir creando una nueva sociedad.
22 Ellacuría, Ignacio, “Utopía y profetismo”, en
Ellacuría, Ignacio y Jon Sobrino, Mysterium Libe-
rationis. Conceptos Fundamentales de la Teología
de la Liberación, Madrid, Trotta, 1990, Vol I, pp
426-427.
Recuperar como realmente
político el espacio cultural de
la privacidad. Eso implica la
lucha contra el patriarcalismo,
optando clara y decididamente
por la liberación de las mujeres
y por un trato social a ellas (en
el trabajo sobre todo) que las
equipare con los hombres, pero
también controlando las pasiones
dominantes de cada persona
Muchos
de
nuestros
simpatizantes, militantes y líderes
izquierdistas piensan que la vida
privada, y en concreto el modo como
se configuren los hogares, no tiene
nada que ver con la política. Si hemos
leído atentamente los apuntes sobre
“la crítica de la razón indolente” que
expusimos en el primero de los retos,
habremos captado que uno de los
espacios donde se juega el poder
es precisamente el espacio de las
relaciones que conforman el hogar.
Hablamos allá de una forma de poder
que podemos caracterizar como
patriarcalismo. Las relaciones del
varón y la mujer en el hogar -y también
las relaciones en otros modelos de
hogar- y las que trascienden los
límites del hogar y tienen lugar en
el trabajo, profesional o de otro tipo,
son cruciales para la nueva sociedad
que
pretendemos.
Un
déspota
patriarcal en el hogar tiene muy altas
probabilidades de ser un déspota
político en el movimiento social, en el
partido o en el gobierno del Estado; de
no permitir, por ejemplo, otro tipo de
sindicalismo que el que se acomoda
a ser cadena de transmisión de las