79
Revista Espacios Políticos
localidades de palco, de preferencia,
de sombra y de sol, y de general, y
donde mucha gente se queda fuera,
y se quedan satisfechos con que las
luchas revolucionarias han permitido
el ascenso social de los líderes
políticos de la izquierda
20
, tocamos
prácticamente el fin de la indignación
y entramos en los dominios de la
indignidad propios de la derecha rica.
Dejamos de sentir en carne propia
el dolor de la gente. O la ansiedad
de las clases medias amenazadas
de descenso social. Entonces nos
habremos
instalado.
Habremos
entendido ya que “el fin de ganar
más dinero justifica los medios”
21
que conducen a que los pobres sigan
siendo pobres.
Vivir una vida austera que
reivindique en la práctica lo que
diferencia a la izquierda auténtica
de la derecha: la tendencia a la
mayor igualdad posible. Esto
incluye una decisión ética de
superar, al menos como personas
y como grupo, el consumismo
dominante (parte del “fetichismo
de las mercancías”)
El lujo es una industria. Y como
toda industria se despliega en un co-
mercio. En este caso se trata de un
comercio al que solo pueden acceder
escasas minorías de la humanidad
pero que atrae, por la dinámica del
“fetichismo de las mercancías” tam-
20 Así se escuchaba hablar al general sandinista
Humberto Ortega en un video de un periodista
mexicano.
21 Stiglitz, Joseph, El Precio de la Desigualdad. El
1% de la población tiene lo que el 99% necesita,
Madrid, Taurus, 2012, p. 31.
bién a las clases medias y hasta a las
mayorías empobrecidas. El comercio
de lujo tiene una manifestación muy
especial en los vestidos y se despliega
en las pasarelas de la moda, corres-
pondientes a las cuatro estaciones
del año (allí donde las hay), y en las
tiendas exclusivas donde se exhiben
los últimos modelos. Se manifiesta
igualmente en los medios de movili-
dad, sobre todo en las marcas y los
tamaños de los automóviles. E igual-
mente en los zapatos, en las maletas
y bolsas de viaje, en las joyas, en los
perfúmenes, en las marcas de licor,
y sobre todo en el tipo de casa que
se construye o donde se vive. El lujo
es el modelo, más aún el paradigma
del consumismo. Las clases medias
no pueden darse los lujos que se per-
miten los que han alcanzado las cum-
bres de la vida social. Pero los gran-
des supermercados, los malls, y las
marcas intermedias de automóviles,
así como las urbanizaciones relativa-
mente seguras, les ofrecen el equi-
valente del lujo de las clases altas.
Incluso los pobres se citan muchas
veces en los grandes supermercados
para vivir de las compras con los ojos
de tanto bien cuyo consumo les está
vedado a sus modestos ingresos.
Ignacio Ellacuría habló de la ci-
vilización de la pobreza contrapuesta
a la civilización de la riqueza. Explí-
citamente escribió que “la civilización
de la pobreza no pretende la pauperi-
zación universal como ideal de vida”.
Lo que pretende es una economía
fundada en la satisfacción de las ne-
cesidades principales de la humani-
dad. Una civilización cimentada en la