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Revista Espacios Políticos
Se opone a la historia sin tener la
conciencia de que es histórica. Por
eso imagina el fin de la historia sin
tener que imaginarse su propio fin.”
(SM 123-128) Personalmente me la
imagino como la fulguración de las
Cumbres políticas, de las reuniones
en Davos, de las Pasarelas de la
moda, de los Bestsellers, de los
concursos de Miss Universo, de la
Champions League, o de los grandes
espectáculos litúrgicos globales.
Recuperar la capacidad para el
espanto como impulso para la
transformación social
De algún modo, son y
representan “la época de repetición”.
Cuando la transformación social no
sólo resulta “impensable”, como
aparentemente después del “final
de la historia”, y como sucedía –
pienso- antes de la gran crisis de la
globalización financiera y económica,
sino que además aparece como
“innecesaria”, debemos recuperar de
nuevo la capacidad para el “espanto”,
al modo de Walter Benjamin en 1940, y
así “verificar que la teoría de la historia
de la modernidad es insostenible”,
que es necesario profundizar “las
energías de emancipación”, y, en
este momento de peligro “contar
con una nueva capacidad de espanto
y de indignación que sustente una
nueva teoría y una nueva práctica de
inconformismo desestabilizadora, es
decir, rebelde.”
Santos coincide aquí con una
característica fundamental, tanto de
la teología de la liberación como de
la teología política: “hablar desde
Ayacucho”, diría Gustavo Gutiérrez,
es decir desde el horror causado
por Sendero Luminoso y el ejército
peruano, retener –en estos tiempos
de Alzheimer social- la memoria del
holocausto judío y a la vez la de los
campos arrasados de refugiados
palestinos (Sabra y Shatila) –diría
Metz-, la memoria de la gente
masacrada por la bomba atómica en
Hiroshima y Nagasaki, la memoria
de los once millones de congoleños
aniquilados por Leopoldo II de
Bélgica, de los bombardeos brutales
de Hamburgo y Dresde, del genocidio
en Ruanda, de los 12 millones de
muertos en la guerra del coltan
alrededor de Los Grandes Lagos,
la memoria de la gente masacrada
en el Sumpul, en el Mozote y en la
UCA (lugares de peregrinación en El
Salvador), la memoria también de la
gente masacrada en Cuarto Pueblo,
en Xalbal, y en San Francisco Nentón
(Guatemala), la memoria de las
bombas de quinientos kilos lanzadas
sobre Managua por la Guardia de
Somoza, recuperar el pasado sin
permitir que nos acostumbremos a su
simple y sencillo haber acontecido.
Esta recuperación no puede
quedarse
únicamente
en
ser
“guardianes del espanto pasado”.
Tiene que convertirse en lucha para
subvertir hoy la violencia de los
narcotraficantes y de los traficantes
de armas, de las maras y de los
guardianes del “santo dinero” tras
los muros de Wall Street y de otros
grandes “templos” financieros en el
mundo, o de la sagrada explotación