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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
la realidad en la inteligencia, será
llevada por la fuerza que ella tiene.
La realidad es poderosa, tiene poder;
y estando en ella, nos lleva. No es lo
que sucede con el concepto: éste está
sometido al poder del pensamiento;
nos permite manipularlo de acuerdo a
nuestros intereses. Contrariamente,
estar y permanecer en la realidad, es
como estar en un gran río que nos
arrastra. Cierto, pero que también
nos ofrece la única posibilidad que nos
permitirá realizar la vida con aquella
plenitud que jamás podrán brindar
los discursos y las ideologías, mucho
menos las mentiras que sostienen el
estatus y el poder.
Por eso al que ha puesto la
realidad histórica en su inteligencia,
no le quedará más remedio que
hacerse cargo de la realidad,
encargarse de ella y cargar con ella.
Esta triple afirmación, ya aludida,
es la que de alguna manera expresa
el penoso esfuerzo por mantenerse
en la voluntad de verdad real, en
la voluntad moral, y poder vivir en
plenitud la responsabilidad humana
de cuidar la creación de Dios en
todas sus múltiples expresiones.
Éste es el testimonio de Ignacio
Ellacuría. Su persona, su obra, sus
decisiones y, principalmente, su
testimonio nos han dado y seguirán
dando qué pensar; pero sobre todo,
nos estarán invitando a compromisos
cada vez más serios, más hondos,
más
cristianos.
Pudo
haberse
quedado callado, regresar a su país
y morir en una ancianidad tranquila;
pero la realidad se le impuso; el
poder de la realidad lo llevó a seguir
adelante; a ser fiel al pueblo que él
había adoptado y por quien también
había sido adoptado, a ser coherente
con ella, aún al precio de su vida.
Si hubiera sido prudente, nada le
hubiera pasado, pero sin duda no
hubiera trascendido la historia, ni
nos hubiera dejado el legado que nos
heredó. A Ellacuría no lo mataron
por defender ideales universales, de
verdad o justicia, sino por defender
a los pueblos crucificados, a las
personas concretas
16
.
Encarnar entre los hombres
el Reino de Dios –nos dice-, en
el que la injusticia vaya siendo
vencida paulatinamente por
una lucha incesante, nacida del
amor y de la necesidad de que
el amor sea el mandamiento
primario entre los hombres;
en el que tras una incesante
liberación sea posible una plena
libertad personal, que facilite el
desarrollo y la perfección de la
persona con todos su derechos
y deberes; en el que sea factible
una vida personal y una historia
social abierta a un futuro
siempre mayor, que despierte la
esperanza; en el que los hombres
y los grupos no se cierren sobre
sí mismos, sino que se abran,
por el camino de Jesús, a un
Dios que es más grande que los
pensamientos y que los pecados
de los hombres
17
.
Es el gran legado que
nos dejó.
16 Mtro. David Fernández D, sj. Ibid.
17 Ellacuría, Ignacio. Escritos Universitarios; p.
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