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 Revista Espacios Políticos

de la inteligencia universitaria. No 
sólo el crear las dimensiones técnicas 
y científicas del desarrollo humano, 
sino el descubrir y garantizar que eso 
conlleve a la construcción del “hombre 
nuevo”, tan deseado por el momento 
inicial de la revolución nicaragüense, 
justo en el contexto donde se realiza 
la acción universitaria.

El esfuerzo universitariamente 

académico fue la forma como 
Ellacuría realizó su gestión al frente 
de esta Universidad, en la que ahora 
nos encontramos celebrando su 
testimonio y recogiendo su legado 
después de 25 años de su martirio. 
Su gran aporte como Rector fue 
poner el aquí y ahora del contexto en 
las propias aulas de la institución, con 
sus aspectos positivos y negativos: 
¿qué hay de verdad en ella, qué hay 
de ideologías, de verdades a medias, 
de puntos ciegos, de aspectos que 
son manejados como verdaderos 
para justificar la dominación y la 
manipulación; qué hay detrás de las 
decisiones y el ejercicio del poder que 
realizan los poderes fácticos? Sólo 
entonces vale la pena gestionar una 
Universidad jesuita. Para Ignacio, 
la Universidad no podía quedar 
encerrada en sí misma, dedicándose 
sólo a transmitir conocimientos a 
sus alumnos, para insertarse -según 
aquella célebre y conocida frase del 
P. Xavier Gorostiaga- “en sociedades 
fracasadas”.

Desde el concepto potente de 

la formalidad de realidad que critica 
todas las concreciones históricas del 
ser humano, se abre la oportunidad de 

analizar con otros ojos la posibilidad 
de cambio de las mismas y de su 
intervención dominadora para su 
transformación.

Pero no sólo eso. 

Simultáneamente, la presencia de 
esa realidad se convierte en un 
cuestionamiento permanente de 
la misión universitaria, que habrá 
de preguntarse si sus funciones 
esenciales están respondiendo a 
los requerimientos y retos que esa 
realidad histórica le está planteando. 
El esfuerzo académico se torna 
ingente, pues pretende incluso la 
modulación del propio acto educativo, 
de acuerdo a los principios últimos 
que nos constituyen como Universidad 
ignaciana: el servicio de la fe y la 
promoción de la justicia
. Si pensamos 
que la esencia de la Universidad 
se agota en la enseñanza de los 
estudiantes, nos hemos quedado 
cortos. 

Para Ellacuría, esa no puede ser 

el sentido prioritario de una institución 
jesuita de educación superior, aunque 
esto para otros pueda ser cuestionable. 

El sentido último de la 

universidad -nos dice- y lo que 
es en su realidad total, debe 
mensurarse desde el criterio de su 
incidencia en la realidad histórica, 
en la que se da y a la que sirve

13

.

Desde su punto de vista, lo 

fundamental de ella es el poder que 
tiene para publicitar la verdadera 
realidad que explica y explicita la 

13 Diez años después. ¿es posible una universidad dis-

tinta?; ECA 324-325 (1975) pp. 605 - 628