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Revista Espacios Políticos
universitaria, basada en una filosofía
como ésta que sabe que la ideología
no equivale a la realidad, que el
concepto no es el todo de ella y que
la situación histórica de los pueblos
en un momento determinado, no es
lo definitivo. Como contrapartida,
también es cierto que nadie puede
declararse poseedor absoluto de
la verdad: el concepto siempre se
quedará un paso atrás de cualquier
realidad que se busque comprender.
Hacer justicia a la realidad
es “ajustarse a ella”. De ahí que la
verdad es aquello que “se ajusta a la
realidad”, que le hace justicia; pero a
la realidad profunda, a su estructura
esencial última con la complejidad de
todo su entramado y el dinamismo que
alberga, a fin de llamar a las cosas por
su nombre y descubrir en ese proceso
qué es lo que más les hace justicia,
para revelar si ahí se está negando
o afirmando las posibilidades de vida
que la realidad ofrece.
Desde la parte débil de la
contradicción
Ellacuría supo ponerse del
lado débil de la contradicción, porque
esa fue su opción ética: ¿qué hacer
-se habrá preguntado sin duda- para
que esa mayoría salvadoreña pudiera
recuperar la dignidad perdida, su
capacidad para decidir su propia vida
y no estar sometida a los caprichos e
injusticias progresivas de la otra parte
de la contradicción? Y de ese lado
se mantuvo. Fiel al dinamismo de la
realidad, supo estar donde debía de
estar. Y optó por permanecer, a pesar de
que esa misma opción, lo podía llevar,
como de hecho lo llevó, al martirio.
Convencido de que cada
decisión, hasta la más insignificante,
determinaba su relativo ser absoluto
-como
afirma
la
antropología
zubiriana-, mantuvo su coherencia
hasta el final. Fue tomando las
decisiones necesarias que le fueron
haciendo “justicia” a la realidad.
Descubrió la invitación del evangelio
y permaneció en él, sabiendo que su
lucha era contra un mal terriblemente
poderoso:
El <mal común> -así
llamado por Ignacio-, representa
todo este absurdo que hoy vivimos.
<Es un mal histórico>, radicado
en un determinado sistema de
posibilidades de la realidad a
través del cual actualiza su poder
para configurar maléficamente
la vida de los individuos y
grupos humanos. Se trata de
una negatividad encarnada y
generada en y por las estructuras
sociales, que niega o bloquea la
personalización y humanización
de la mayoría
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.
Con una clara conciencia de los
graves impactos que ese mal producía,
llegó a la siguiente formulación:
No partimos de una
situación neutra, sino de una
situación fundamentalmente
deshumanizadora del hombre. La
presencia del mal en el mundo es
tan masiva y de tal implicación
con la vida personal de los
hombres, que, abstracción hecha
8 Ellacuría: justicia, política y derechos humanos
en Estudios Centroamericanos, Marzo, 2013