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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
abierto” de Zubiri, el ser es algo
posterior, no es lo primero: el ser es
el modo como las cosas son en un
momento determinado, y por ello
pueden modificarse; las cosas son
en la medida en que participan de la
formalidad de realidad, pero no en la
medida en que participan del ser. Esta
“formalidad de lo real” o “de-suyo”,
es lo que distingue a una cosa, de una
idea; es lo que hace que una cosa sea
real; es su fundamento. De ahí que
lo esencial de la experiencia humana
no sea la pregunta por el ser, sino
la pregunta por el modo como cada
uno tenemos que “habérnosla con la
realidad”. A final de cuentas, este es
el sentido de la búsqueda permanente
del ser humano.
La filosofía trascendental neo-
escolástica, al afirmar que lo último
de la realidad era el ser, sostuvo
igualmente que su acceso estaba
mediado por el acto concipiente
de la afirmación. En consecuencia,
llegar al concepto era haber llegado
a la esencia de las cosas, al ser, a la
verdad misma, a lo trascendental,
al mundo que nos permitirá vivir en
las luces, contrapuesto al mundo de
las sombras. Claro, no como Platón
ni como Husserl; pero tampoco tan
distante.
Dualismo antropológico
Apoyado en Zubiri, Ellacuría
criticó la dicotomía de esta concepción
que contraponía lo sensible a lo
inteligible y afirmaba la racionalidad
como la dimensión esencial del ser
humano, con lo cual evidenciaba la
falacia del concepto y su capacidad
de congelar las realidades: con
él podemos hacer lo que sea.
Concepción que facilitó el manejo
ideológico de las situaciones sociales,
de acuerdo con los intereses de los
grupos dominantes.
El reto, entonces, no era debatir
conceptos, llenar la inteligencia de
ideas, sino dejar que la realidad, por
más dolorosa que fuera, estuviera
en la inteligencia. No es fácil llamar
a las cosas por su nombre. Tenemos
demasiados intereses; nos cuesta
trabajo reconocer lo que es injusto,
lo que es el abuso, la mentira; lo que
no responde a la realidad. De ahí que
el esfuerzo de la inteligencia -mirada
desde esta función sustantiva- no
debía ser otra que permitir que la
realidad sea la voz de todo lo que en
ella nos duele, pero simultáneamente
que también ella sea capaz de
mostrar todas las posibilidades
que ella contiene. La fidelidad, en
consecuencia, no ha de ser al concepto
que esclerotiza las cosas, sino a la
realidad que siempre ofrece nuevas
posibilidades de transformación, a fin
de que ella hable a través de nuestra
inteligencia y podamos descubrir
lo que en ella es real pero aún no
evidente.
A fin de cuentas, la filosofía
escolástica no fue capaz de superar
el racionalismo de la modernidad ni
los planteos básicos de la filosofía
aristotélico-tomista. La antropología
derivada de esa postura obligó a
seguir concibiendo la esencia de la
persona por su capacidad de pensar,