34
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
conformado desde los planteamientos
de ese gran filósofo, también vasco.
Además, por esas fechas (alrededor
de 1980), las revoluciones de Centro
América animaban la utopía, el sueño
de una sociedad más justa, más
solidaria, más fraterna. Sin embargo,
Ignacio decidió no permanecer en
México, sino poner su residencia en
España, en donde podría continuar
la elaboración de su pensamiento en
contacto con su gran maestro y desde
ahí, seguir viendo la posibilidad de
regresar lo más pronto a El Salvador.
Pocos años después, en 1983,
Ignacio ya había retornado a El
Salvador y ocasionalmente viajaba
a España, pues Zubiri no publicaba
nada que no fuera revisado por él y,
casi, hasta que no le diera su visto
bueno. Mientras tanto, yo hacía mi
tesis doctoral en la Universidad de
Comillas, en Madrid. Un buen día,
para mi sorpresa, recibí un telefonazo
de Ellacuría invitándome a tomar un
café. Se me hizo tan extraño que
me buscara cuando nuestra relación
había sido un tanto efímera; sin
embargo, la admiración que sentía,
me hizo aceptar sin dudarlo. Ahora
que lo pienso, me parece como
un sueño. Recordarlo en un café,
sentados, compartiendo la situación
de El Salvador, lo que estaba viviendo,
su convicción de hacer hasta lo
imposible para liberar al pueblo por
el que él había optado, todo ello
fue para mí una experiencia que
no olvidaré: impactante, profunda,
extraordinariamente grata que, sin
dudarlo, marcó mi futuro.
Y fue en aquella reunión
cuando me dejó sembrada -entre
otras inquietudes- la de introducirme
en el estudio de Xavier Zubiri. Con
su evidente ironía, las veces que nos
encontramos, no dejó de decirme que
dejara de estudiar a Dilthey, autor
sobre el que hacía mi tesis doctoral;
que no perdiera el tiempo y me
dedicara a Zubiri. Por supuesto que
no le hice caso; no era momento a
mitad de mi doctorado, de cambiar de
rumbo y de autor; pero ciertamente
me hizo reflexionar mucho su
invitación. La gran pregunta que
había sembrado era cómo un filósofo
europeo, tan distante de las luchas
de América Latina, podía inspirar a
una persona como Ellacuría. ¿Qué
fue lo que él encontró en Zubiri que
le permitía, no sólo entender mejor
la realidad centroamericana, sino
comprometerse, aun con el riesgo
de su propia vida, en una verdadera
lucha por la libertad de su pueblo?
Desde 1968, con la Conferencia
de Obispos de Medellín, había
comenzado la teología de la liberación
y, poco después, la filosofía. ¿Por qué
Ellacuría dirigía su mirada entonces,
con una relativa predilección hacia
su tierra natal y hacia un filósofo,
también euskera como él, y menos
hacia América Latina y hacia aquellos
pensadores que iban surgiendo y
que igualmente buscaron iluminar el
compromiso de su pueblo, desde un
pensamiento liberador para la acción
y el compromiso?
Esa inquietud me acompañó el
resto de mis estudios, hasta que una