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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
este caso, la ideología demócrata
(“liberal”) sostiene que la democracia
tipo occidental puede implantarse
en países que, como ocurrió en la
antigua república soviética -al igual
que el resto de ellas incluyendo a
la misma Rusia- han vivido siempre
bajo regímenes autoritarios, y que
hasta ahora y gracias al “fin de la
historia” (como pensaba Fukuyama)
es posible construir la democracia,
el libre comercio y el resto de
bienaventuranzas propias del
capitalismo occidental. Así entonces
¿por qué no aprovecharlas?
La reacción de Putin no debió
causar sorpresa en Occidente, nos
asegura Mearsheimer, porque si
bien Moscú aceptó inicialmente la
subsistencia de la OTAN como una
fórmula para mantener bajo vigilancia
a una Alemania reunificada, esto
no significaba que Rusia veía con
buenos ojos su expansión. Por ello,
desde mediados de la década de
1990, los líderes rusos se opusieron
sistemáticamente en las sucesivas
casos como los de Finlandia -invadida por la URSS
meses antes del estallido de la Segunda Guerra
Mundial- que hubiese podido dar lugar a una
guerra de Francia e Inglaterra contra la URSS,
pues ambas acudieron en auxilio de Finlandia y
solo la negativa sueca -al no permitir el paso de
las tropas franco británicas por su territorio- salvó
la situación. Una guerra en defensa de Finlandia
habría consolidado el pacto de Hitler con Stalin
y evitado la posterior alianza de la URSS con las
potencias occidentales, que permitió la derrota
de Alemania. Otro tanto puede decirse del no
reconocimiento de la República Popular China
por los gobiernos estadounidenses, después
del triunfo de la revolución maoísta en 1949,
situación que solo fue enmendada en 1971 gracias
al “realismo” de Henry Kissinger y a la distensión
de principios de los años 70. Al respecto, véase:
Padilla, L. A. (2009). Paz y conflicto en el siglo
XXI. Teoría de las Relaciones Internacionales.
Guatemala: Iripaz. pp. 21-34.
rondas de aceptación de nuevos
miembros: la República Checa,
Hungría y Polonia en 1999; Bulgaria,
Rumanía, Eslovenia, Eslovaquia y
las tres repúblicas bálticas -Estonia,
Letonia y Lituania- en 2004; Albania
y Croacia en 2009. Ello, sin olvidar
la misma ampliación de la Unión
Europea, que ahora incluye a todo
el antiguo bloque de la Europa del
Este y a las tres repúblicas bálticas.
Conviene recordar también el fallido
intento de la OTAN en 2008 de
incorporar a Ucrania y a Georgia
(se opusieron Francia y Alemania)
previendo una enérgica reacción
rusa. Esta ocurrió ese mismo año,
cuando tropas de ese país invadieron
Georgia en apoyo de la secesión de
Osetia del Sur y de Abjazia, fijando de
esa manera límites geopolíticos a la
política del Pentágono de cerco militar
contra Rusia.
El triple paquete de políticas
occidentales -ampliación de la OTAN,
expansión de la UE y “promoción de
la democracia”- crearon entonces una
crisis que solo esperaba de una chispa
para provocar el incendio. Ello ocurrió
cuando las protestas iniciadas en
noviembre de 2013 (por la negativa
a firmar el acuerdo de asociación con
la UE) condujeron al derrocamiento,
en febrero de 2014, del presidente
Yanukovych y a la instalación de
un gobierno prooccidental en Kiev.
“Aunque todavía no ha salido a luz
hasta qué punto EEUU se involucró
en el golpe, es claro que Washington
lo respaldó” señaló Mearsheimer
3
.
3 En una entrevista reciente que citamos adelante,
el profesor emérito de la Universidad de Princeton
-especialista en estudios sobre Rusia- Stephen Co-
hen precisa los detalles de ese involucramiento.