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Revista Espacios Políticos
El desarrollo de una proyección
social que involucre a la Universidad
en las luchas de los empobrecidos de
la historia que buscan su liberación
resulta indispensable para la propia
creación de cultura solidaria al
modo ignaciano.
Por si no quedara clara esta
necesidad, podemos ver que la
pobreza y exclusión, la violencia,
la
migración,
el
subempleo
característico del auge de la economía
informal, la opinión pública, las
trasformaciones culturales impuestas
por la modernidad que ha irrumpido
violenta y rápidamente en nuestras
sociedades, son temas, entre otros,
profundamente relacionados y a los
que no se puede llegar con seriedad
desde una sola disciplina. Crear
comunidad universitaria, hábitos de
enfrentamiento multidisciplinar de los
problemas, diálogo permanente entre
todas las instancias universitarias,
investigaciones conjuntas, es nuestra
expresión de la comunidad solidaria
que desde la Universidad queremos
que dé el mayor fruto.
Formadores de personas para el
diálogo y la construcción de la
justicia
En ese sentido la Universidad
forma personas para el diálogo. Debe
mantener como comunidad creativa
un diálogo interno enriquecido por el
estudio y por la realidad como objeto
del estudio. Esquemas autoritarios o
verticales son enemigos tanto de la
ciencia como del diálogo. La comunidad
de los amantes del saber tiene en
ese sentido que promover interna y
externamente el diálogo como camino
prioritario de convivencia y búsqueda
de soluciones. Kant advertía ya en “La
paz perpetua” que “la fuerza perjudica
inevitablemente el libre juicio de la
razón”. Y Gianni Vattimo, en “Creer
que se cree”, nos recordaba que “La
única definición filosófica posible de
la violencia es que ésta acalla toda
nueva pregunta”
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. La apertura frente
a la realidad, el diálogo como fuente
de acceso al conocimiento, es siempre
constructivo, aunque tenga que pasar
por la crítica y el debate. Si una de
las características ignacianas es la
capacidad de tomar decisiones libres
desde el discernimiento espiritual, no
hay que olvidar universitariamente
que el discernimiento siempre tiene
un elemento de crítica al contrastar
la realidad con el Evangelio. Frente a
la fuerza bruta que silencia y ahoga,
la Universidad, en cuanto comunidad
solidaria de los amigos del saber,
abre mentes y dispone actitudes para
trabajar en la construcción de la paz
con justicia.
Una universidad jesuita no
puede ser, desde esta visión, una
universidad profesionalizante. En
general este tipo de universidades
fomentan el desarrollo individual
considerando el conocimiento casi
como una mercancía. A lo más que
llegan es a fomentar una solidaridad
indolora ante casos de desastre. Pero
no inciden institucionalmente en la
realidad y la problemática nacional.
Todo lo contrario de esa tradición
universitaria de gratuidad y de
servicio existente desde sus inicios,
poco relacionada con el mercado y
profundamente unida a la reflexión
38 G. Vattimo, “Creer que se cree”.
G. Vattimo, “Creer que se cree”.