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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
decir los más violentos y los más
desprovistos de conciencia”
35
. Pero
la globalización ha multiplicado la
dureza de esta situación y la ha hecho
más palpable. Incluso realidades que
en principio pueden considerarse
positivas, como el aprendizaje de una
lengua, pueden servir para dominar
y oprimir. La tendencia a imponer el
inglés como lengua franca, si bien
puede verse como una ventaja, corre
el peligro de convertirse en el símbolo
de ciertas formas de imperialismo y
de la aceptación del mismo. Cuando
los medios difunden el inglés (no son
los únicos, por supuesto, recordemos
los anuncios, ahora llamados banner,
plagados de palabras en inglés a lo
largo de nuestras calles), porque el
mercadeo (marketing) así lo exige,
están sin duda imprimiendo en la
conciencia de sus lectores la prioridad
de una lengua, y de quien la habla,
para triunfar en un campo a su
vez fundamental para el desarrollo
nacional: los negocios. Si como dice
Manuel Castell, “la forma esencial
de poder está en la capacidad para
modelar la mente”
36
, el lenguaje
sigue siendo hoy el instrumento más
fuerte para seguir modelando mentes
y ponerlas al servicio de quienes
controlan los mensajes. La “guerra de
los poderosos contra los débiles”
37
de
la que hablaba Juan Pablo II tiene muy
diversas manifestaciones. Y aunque
aprender una lengua es sin duda un
enriquecimiento cultural y un aumento
de las posibilidades de diálogo y por
tanto de humanización, es preciso ser
35 Quadragesimo anno. No. 107.
36 Castells, Manuel. (2009).
Castells, Manuel. (2009). Comunicación
y poder. P. 24. Madrid.
37 Pastores Gregis. No. 67.
Pastores Gregis. No. 67.
crítico, y más desde la Universidad,
con la simbología que puede rodear
la difusión de una lengua en ciertos
campos de la cultura, mientras se
abandona la riqueza plurilingüística
de muchos de nuestros países.
La capacidad crítica, decíamos,
solo se convierte en cultura cuando
se vive comunitariamente una
serie de ideales. Una universidad
jesuita debe ser en su interior
una comunidad solidaria. Ellacuría
solía decir que “la universidad con
inspiración cristiana no es un lugar de
seguridad, de intereses egoístas, de
lucros honoríficos o económicos, de
vistosidades mundanas; es un lugar
de sacrificio, de entrega personal,
de renuncia”. Si la generosidad
es la virtud característica de la
comunidad solidaria, debe ser
también la actitud permanente del
catedrático y demás colaboradores
universitarios. Cuando la UNESCO ha
hablado de cultura de paz menciona
invariablemente la necesidad de
liberar la generosidad. Aunque en
una universidad la investigación y
la docencia son fundamentales, los
servicios, tanto de cara al alumnado
como a los profesores o a la gente
del exterior de la Universidad no
pueden ser funciones en las que la
burocracia domine sobre el servicio
y el sentir al otro como prójimo.
Es imposible crear una sociedad
fraterna si no desarrollamos
comunitariamente la fraternidad en
nuestras instituciones. Y así mismo,
no habrá una cultura realmente
fraterna y solidaria si la Universidad
se queda encerrada en sí misma,
mirando su ombligo y poniendo
su centralidad en sí misma.