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Revista Espacios Políticos
chazaba dignidades eclesiásticas y
todo aquello que le llevara a descui-
dar tanto la cruz como la libertad para
discurrir y caminar por el mundo con
entera libertad. Y por ello rechazaba
los nombramientos de obispos, que
eran, en el tiempo de Ignacio, res-
ponsabilidades eclesiales que impli-
caban riqueza, ascenso social, poder
y permanencia en un solo lugar. En la
carta de 1546 a Fernando de Austria
decía: “Si yo quisiera imaginar o con-
jeturar algunos medios para derrocar
y destruir esta Compañía, este medio
de tomar obispado sería uno de los
mayores”… (porque) “esta Compañía
y los particulares della (sic) han seydo
(sic) juntados y unidos en un mismo
espíritu, es a saber, para discurrir por
unas partes y otras del mundo, entre
fieles e infieles, según que nos será
mandado por el Sumo Pontífice; de
modo que el espíritu de la Compañía
es en toda simplicidad y bajeza pasar
delante de ciudad en ciudad”. Y si se
aceptaran obispados “por hacer bien
en un lugar particular, haríamos ma-
yor daño en todo lo universal”
11
.
Desde estos supuestos podemos
preguntarnos cómo Ignacio pasó de
su primera opción de “caballería lige-
ra”, de grupo que está siempre con
“el pie alzado”, que asume la pobreza
de una historia marcada por la cruz,
a unas universidades que son de por
sí pesos pesados de la cultura y del
saber, que tienen un lugar fijo y que
suelen gozar de prestigio y estima.
11 Carta XCIV de 1546 a Fernando de
Carta XCIV de 1546 a Fernando de
Austria.
Ante todo, Ignacio siempre quiso sa-
cerdotes buenos y letrados, gente
bien preparada, capaz de dar testi-
monio con la vida e ilustrar con la pa-
labra las verdades de la fe. En segun-
do lugar, desde el pragmatismo de
Ignacio y desde su propia experiencia
en la Universidad, estaba la dificultad
de encontrar esa síntesis de bondad
y letras en personas adultas: “porque
buenos y letrados se hallan pocos en
comparación de otros”. Estas cuali-
dades, indispensables para el tipo de
vida jesuita, reformador, misionero a
las órdenes del papa, y escasas en un
mundo demasiado empeñado en el
brillo y la gloria personal, le llevan a
Ignacio a pensar que la Compañía no
va a crecer. Frente a las necesidades
y peticiones crecientes, Ignacio se de-
cide a “admitir mancebos que con sus
buenas costumbres e ingenio diesen
esperanza de ser juntamente virtuo-
sos y doctos para trabajar en la viña
de Cristo nuestro señor”
12
. Y sigue: “Y
admitir así mismo colegios ahora sea
en Universidades ahora no”
13
.
La formación de “los nuestros”
en una Compañía creciente, que
podía además aprovechar la propia
formación para ayudar a otro en
esa tarea de un saber cristiano, se
convierte en una de las razones para
admitir universidades. Y más en
unos tiempos eclesiales e históricos
de
profundo
debate
teológico,
que se reproducía en las mismas
12 Cuarta parte de las Constituciones, sobre
Cuarta parte de las Constituciones, sobre
cómo instruir a los NN. No. 308 y ss.
13 ibíd.