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Revista Espacios Políticos
de múltiples caminos que terminan
en la mediación de la cultura y en
la vida universitaria. La experiencia
universitaria de Ignacio le ayuda a
descubrir en la misma institución
universitaria un canal de mediación
entre lo humano y lo divino, y en
ese sentido le llevará posteriormente
a relanzar la universidad como
instrumento de un nuevo humanismo
cristiano, basado en la libertad
personal y la capacidad de elegir.
La Universidad, por supuesto,
ha nacido bastantes siglos antes de
Ignacio como “universitas” de amigos
del saber, sean estos alumnos o
profesores. Y en un tiempo en el que
la sociedad occidental estructuraba
rígidamente la sociedad desde el
sacerdocio y el imperio, la universidad
impulsa un nuevo modo de construir
humanidad. El deseo de saber, la
confianza en el conocimiento humano
está en la base de la fundación
de las universidades. Y lleva, al
mismo tiempo que las constituye, a
ampliar el concepto de humanidad.
Las primeras universidades no son
centros de profesionalización, sino
centros de cultivo del saber universal,
patrimonio de todos. La Universidad
rompe barreras locales, establece
el conocimiento como fórmula de
acercamiento universal, rompe las
diferencias entre ricos y pobres que
conviven en los mismos colegios, lo
mismo que laicos y clérigos, e inicia
una nueva dimensión y modo de
concebir el poder y la organización
social. Junto al sacerdotium y el
regnum, surge como fuente de poder,
fuerza también de organización social,
el studium. Todavía a mediados del
siglo XIII, Alfonso X El Sabio, en la
primera gran colección de leyes en
castellano menciona que “dijeron los
sabios que el emperador es vicario de
Dios en el imperio para hacer justicia
en lo temporal, bien así, como lo es el
papa en lo espiritual”
5
.
Ignacio, con su deseo de la mayor
gloria de Dios y bien más universal,
universitario él mismo, no tarda en
descubrir las universidades como
instrumento apostólico. En una época
de reforma urgente de la Iglesia, su
deseo ardiente de impulsar el bien
más universal, que él concretaba
como la Mayor Gloria de Dios, le había
llevado a pensar en una Compañía
sumamente
ágil,
en
continuo
movimiento. Como le decía en carta
a un Sebastián de Morranos en 1549,
pertenecemos a “una Compañía que
siempre debe estar casi con un pie
alzado para discurrir de unas partes a
otras conforme a la vocación nuestra
y el Instituto que en el Señor nuestro
seguimos”
6
. Una Compañía itinerante
que en el anuncio de la fe sufriera
persecución, dispuesta siempre a
enfrentar el malestar de un mundo
que se resiste al bien, y unos jesuitas
que ante el Jesús que anuncia su
Reino dicen: “quiero y deseo y es
mi determinación deliberada, sólo
(sic) que sea vuestro mayor servicio
y alabanza, de imitaros en pasar
5 Las Partidas, Partida 2, Título 1, ley 1.
6 Carta CLXIV.