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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
los estudios clásicos implican una
confianza básica en lo creatural, en lo
humano, aunque la autorrealización
venga de la conversión al seguimiento
de Cristo.
Con todo y ello, a partir de la
Reforma, la autorrealización personal
queda como un elemento clave del
pensamiento filosófico. La persona,
desde la razón, desde la subjetividad,
desde la liberación de toda alienación,
desde la confluencia con el ser, se
vuelve el centro del pensamiento.
De hecho el cristianismo desde sus
primeros tiempos buscó siempre
mediaciones entre la cultura
circundante y la fe en la resurrección
del Señor y el seguimiento de Cristo. Y
al mismo tiempo desarrolló una crítica
de todo humanismo que no surja de
Dios y no se enraíce en la persona
de Cristo. Sin embargo tampoco
faltaron cristianos a lo largo de la
historia que trataron de conversar
con los humanismos no cristianos,
sabiendo, o pensando, que estos son
también expresión de una llamada
de Dios a los seres humanos, que
les habla en lo que es más de ellos:
su propia humanidad. En la historia
cristiana los “padres Apologetas”
son los primeros en mantener esta
visión crítica y dialogante con un
humanismo en el que la autonomía
de lo humano prescindía de Dios.
La Carta a Diogneto, describiendo
a los cristianos como personas que
“habitan sus propias patrias como
forasteros, toman parte en todo como
ciudadanos y todo lo soportan como
extranjeros; toda tierra extraña es
patria para ellos, y toda patria tierra
extraña”
3
, nos muestra ya esa mezcla
de diálogo, inserción y crítica del
cristiano en los ambientes del imperio
romano. San Justino, otro apologeta
cristiano del siglo II, se apropia de
Sócrates considerándole cristiano
a través de la presencia en él, de
las “semillas del verbo”
4
, presentes
desde la creación en el mundo y que
el mal no ha podido destruir. La obra
posterior de los “padres de la Iglesia”
está llena de estos esfuerzos de
mediación entre lo creado, la cultura
imperante y la fe cristiana.
Ignacio, conversión y humanismo
San Ignacio es parte de esta
historia de diálogo cristiano con lo
humano, que tiene su raíz en Cristo
“que siendo rico por nosotros se hace
pobre” (2Cor 8, 9), se hace humano,
diviniza la humanidad al rebajarse
a nuestra carne, como repite con
frecuencia
la
liturgia.
Ignacio
parte de una experiencia de vida
cortesana, que mezcla elementos
medievales y renacentistas, y que
termina contrastándose con una
conversión radical a la que se añade
una profunda experiencia de Dios
en Manresa. Experiencia que, como
en la primera carta de Pedro, 3, 15,
le lleva a Ignacio a dar razón de su
esperanza, expresándola a través
3 Carta a Diogneto, en Padres Apostólicos,
Madrid, p. 851
4 San Justino, Apología I, en Padres
Apostólicos, Madrid, p. 233