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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

metodología que fue cuestionada por 
su superficialidad.

Comisiones y procesos

Cabe distinguir entre comisiones 

y procesos de postulación. Las 

comisiones son instancias temporales 

que cumplen con procesar “materia 

prima”. Si quienes optan son 

personajes grises y mediocres, el 

resultado será una materia de poca 

consistencia, que cualquier mano 

puede modelar. Su accionar es parte 

de un proceso más amplio que se 

gesta fuera y antes de la formalización 

de las postuladoras. En un momento, 

tales comisiones fueron pensadas 

para modificar los asuntos de fondo 

que permitieran la escogencia de 

mejores profesionales al frente 

de 

la 

institucionalidad 

pública. 

Actualmente, estos procesos, llenos 

de formalismos que no agregan valor, 

carecen de la fuerza necesaria para 

modificar las formas y distribución del 

poder y tampoco profundizan en los 

atributos o factores que pesan para 

analizar con detalle si el candidato 

que opta llena o no el perfil deseable. 

Además, ese perfil se ha relajado 

hasta dar cabida a profesionales 

que ni siquiera cumplen con la nota 

mínima exigible durante sus años de 

estudio universitario. 

Nos encontramos ante un 

momento de inflexión. O contribuimos 

a diseñar nuevos mecanismos para 

la elección de funcionarios o la total 

cooptación de la institucionalidad será 

inevitable. La medida está tomada. 

Por ello, impulsar reformas a la Ley 

de Comisiones de Postulación termina 

siendo un paliativo que solo aplaza el 

imperativo del cambio total de modelo. 

¿Es esto posible? La primera respuesta 

es que el escenario es cuesta arriba. 

El diseño constitucional ha dado como 

resultado, la creación y permanencia de 

instituciones que aseguran dominio del 

poder en pocas manos. La existencia de 

candados para impedir participaciones 

amplias, la sobrerrepresentación de los 

intereses del capital, la porosidad para 

influir las decisiones, la preservación de 

los feudos, las prácticas clientelares, la 

compra de voluntades, son solo algunos 

de los rasgos que se han enraizado. 

Existe una grave distancia entre 

el país legal (historia constitucional y 

jurídica del deber ser) y el país real en 

el que los juegos del poder se llevan a 

cabo en las veredas, y caminos ocultos. 

No por gusto los estudios de cultura 

política precisan que en Guatemala el 

ejercicio de la ciudadanía es limitado 

y poco profundo. De allí el riesgo 

de solo apostar por refuncionalizar 

el sistema, modificando pautas 

pero no contenidos. Las élites 

económicas, la intelectualidad, las 

élites profesionales y políticas no 

interpelamos las estructuras de las 

sociedades, sino operamos como 

las instituciones jurídicas, morales y 

educativas que vigilan y recrean el 

imperio del derecho.

Las instituciones encarnan, gene-

ralmente, las estrategias de los grupos 

con más poder o con capacidades para 

ser más influyentes y promover así sus 

intereses. Tales grupos apelan a prin-

cipios y preceptos para aparecer como 

“políticamente correctos”, aunque en 

esencia se aseguran de que la verda-

dera dinámica transcurra por medio de 

la informalidad de las reglas, la duplici-

dad de funciones o saltándose a quie-

nes estén en oposición o no agreguen 

valor.  Ese es el modus operandi de 

las instituciones formales/informales