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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Entremos a profundizar un poco 

más. Interesa establecer el debate 
en torno a tres de esas variables. La 
primera, la ecuación de la legitimidad 
y representatividad del sujeto 
elector; la segunda, la cuestión de 
los criterios de selección y elección; 
y la tercera, la cuestión de la certeza, 
transparencia y escrutinio público 
bajo el cual se desarrollan esos 
procesos de selección.

Veamos la primera: la cuestión 

de la legitimidad y representatividad 
del sujeto elector. Dicha legitimidad 
la determina en términos generales 
en la región, la norma constitucional 
y la ley específica que regula este tipo 
de procesos. Es una legitimidad de 
origen jurídico, dada por el carácter 
imperativo de las normas que 
establecen el alcance y la integración 
de los órganos selectivos, sean 
estos de tipo partidista (como los 
parlamentos) o de tipo no partidista 
(como los consejos de judicatura o 
las comisiones de postulación, en el 
caso guatemalteco). 

Cuando el sujeto elector es de 

orden partidista, el debate incorpora 
fundamentalmente dos visiones. Por 
una parte, los defensores de este 
modelo indican que un arquetipo 
representativo del Estado, electo 
por voluntad popular y de manera 
participativa y universal, como los 
parlamentos o las presidencias, es 
más legítimo para elegir este tipo 
de cargos que grupos de ciudadanos 

procedentes de actores económicos, 
sociales, académicos, civiles de 
cualquier origen; es decir, se 
establece entonces que el elemento 
de legitimidad lo da el carácter electivo 
popular o no, del sujeto electo. 

Por otra parte, los detractores 

de este modelo indican que existen 
amplias evidencias de que prevalecen 
acuerdos de tipo político partidista para 
repartir los cargos  -el caso de ciertos 
tribunales electorales de la región es 
particularmente notable, incluso en 
dos países vecinos y limítrofes con 
Guatemala-, y que cuando existen 
mayorías amplias en los parlamentos, 
por ejemplo de los partidos de 
gobierno, estas podrían terminar 
siendo una suerte de imposición 
unilateral de ese partido, que tendería 
a controlar por ese medio los órganos 
de control, valga la redundancia así 
como los órganos judiciales. 

Cuando el sujeto es no partidista, 

los argumentos en favor indican que 
se evita el control de los partidos sobre 
los órganos judiciales y de control y 
se fortalece la autonomía de estos y 
especialmente los equilibrios entre 
poderes y órganos independientes. 
Existen también quienes cuestionan 
las prácticas corporativas de este tipo 
de instancias ciudadanas, dudan de 
que sean más representativas que 
una instancia de elección popular y 
aducen que con el tiempo, tienden a 
reproducir las dinámicas de relaciones 
de poder que son propias de los 
partidos. Dicho en otras palabras, que