/ Los militares y la élite, la alianza que ganó la guerra

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conozco que vuela que fuera en un asunto de avio-
nes artillados. No existía tal cosa. Tal vez la parte 
logística de transporte de personas era la parte 
más importante. La otra era insignificante”.

Harris Whitbeck recuerda una anécdota sobre el 
precario estado de la Fuerza Aérea Guatemalteca 
(FAG), que obligó al llamado a la Fuerza Aérea de 
Reserva. “En una ocasión la FAG nos prestó un he-
licóptero para llevar a un grupo de senadores y 
congresistas gringos al Altiplano. Y cuando íbamos 
a despegar de regreso, el helicóptero estuvo a pun-
to de estrellarse. Tanto que nos tuvieron que dejar 
a los guatemaltecos y llevarse sólo a los estadoun-
idenses, pues estábamos en una zona guerrillera. 
Cuando ya llegamos todos a la capital y nos fui-
mos a tomar unos tragos al Camino Real, le dije 
al congresista Jim Sensenbrenner (por Wisconsin) 
que era culpa de los Estados Unidos, que no nos 
vendía repuestos, que estuviera en tan mal estado 
la FAG”. Sobre las bombas lanzadas desde avione-
tas privadas, respondió: “No me consta. Él (mayor 
Díaz) sabría más que yo. Mi relación con la Fueza 
Aérea de Reserva fue la labor humanitaria, sacar 
heridos o darnos jalón para llegar a esas áreas en 
conflicto. Yo nunca oí sobre las bombas y no me 
consta”.

El periodista Óscar Clemente Marroquín, que formó 
parte del Consejo de Estado, secundó el testimonio 
del mayor Díaz López: Conozco alguna gente que 
formó parte de esa “reserva” y que comentaban 
sus acciones de combate. No pocos fanfarroneaban 
con su “heroísmo”.

Un cooperativista que pidió omitir su nombre fue