/ Los militares y la élite, la alianza que ganó la guerra
45
conozco que vuela que fuera en un asunto de avio-
nes artillados. No existía tal cosa. Tal vez la parte
logística de transporte de personas era la parte
más importante. La otra era insignificante”.
Harris Whitbeck recuerda una anécdota sobre el
precario estado de la Fuerza Aérea Guatemalteca
(FAG), que obligó al llamado a la Fuerza Aérea de
Reserva. “En una ocasión la FAG nos prestó un he-
licóptero para llevar a un grupo de senadores y
congresistas gringos al Altiplano. Y cuando íbamos
a despegar de regreso, el helicóptero estuvo a pun-
to de estrellarse. Tanto que nos tuvieron que dejar
a los guatemaltecos y llevarse sólo a los estadoun-
idenses, pues estábamos en una zona guerrillera.
Cuando ya llegamos todos a la capital y nos fui-
mos a tomar unos tragos al Camino Real, le dije
al congresista Jim Sensenbrenner (por Wisconsin)
que era culpa de los Estados Unidos, que no nos
vendía repuestos, que estuviera en tan mal estado
la FAG”. Sobre las bombas lanzadas desde avione-
tas privadas, respondió: “No me consta. Él (mayor
Díaz) sabría más que yo. Mi relación con la Fueza
Aérea de Reserva fue la labor humanitaria, sacar
heridos o darnos jalón para llegar a esas áreas en
conflicto. Yo nunca oí sobre las bombas y no me
consta”.
El periodista Óscar Clemente Marroquín, que formó
parte del Consejo de Estado, secundó el testimonio
del mayor Díaz López: Conozco alguna gente que
formó parte de esa “reserva” y que comentaban
sus acciones de combate. No pocos fanfarroneaban
con su “heroísmo”.
Un cooperativista que pidió omitir su nombre fue