Martín Rodríguez Pellecer /
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La misma Fuerza Aérea de Reserva que menciona-
ba Kaltschmitt en su columna de 2013. Kaltschmitt
accedió a una entrevista por correo electrónico,
pero no respondió a las preguntas.
En su libro, Díaz López se adentra en detalles de esta
fuerza de aire de los empresarios. “Estos pilotos ci-
viles ejecutaban misiones muy riesgosas transpor-
tando personal y abastecimientos, apoyando a la
población civil en caso de desastres y participando
también en peligrosas misiones de reconocimien-
to aéreo y en algunas de bombardeo y ataque de
posiciones enemigas. Ante la carencia de material
que sufría la Fuerza Aérea, los aviones de la Reser-
va Aérea eran acondicionados para el lanzamiento
de improvisadas bombas consistentes en obsoletas
minas alemanas antitanque, de la Segunda Guerra
Mundial, a las que se les agregaba un mecanismo
de detonación por tiempo, además desde la com-
puerta de lanzamiento se hacía fuego con armas
automáticas. En 1982, la Reserva Aérea se concen-
tró en la Base de Paracaidistas (en el Puerto de San
José), aproximadamente treinta y cinco aviones
de diferentes tamaños y capacidades, con los que
transportó hacia la pista de aterrizaje de Nebaj, una
unidad de fusileros paracaidistas con sus trenes de
combate, para lanzar operaciones ofensivas contra
el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) en el
Triángulo Ixil”.
La Comisión de Esclarecimiento Histórico de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU), se re-
fiere al lanzamiento de bombas en el área ixil. Pu-
ede diferenciarse entre las bombas de 500 libras,
lanzadas desde aviones militares como los Pilatus,
comprados a Suiza, y las bombas que podían ser
lanzadas desde helicópteros.