Martín Rodríguez Pellecer /
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El poder empresarial sobre los militares –como
sucedió con prácticamente todos los gobiernos en-
tre 1954 y 1985– era significativo. Tanto que tenían,
incluso en los peores tiempos de la represión,
derecho a la libre expresión, a no tener que hacer
servicio militar, a poder tener grupos armados para
defenderse de las guerrillas y a oponerse pública-
mente a las decisiones gubernamentales. Un ejem-
plo fue el 18 de noviembre de 1982, cuando, en un
campo pagado en Prensa Libre, la Cámara de In-
dustria le reclama al Gobierno por decisiones “in-
consultas”, “incongruentes” y “preocupantes” para
la economía nacional. Las críticas publicadas en
los medios de la época, por cierto, nunca se refi-
eren a la contrainsurgencia ni a la violencia contra
civiles sino se centran en el estilo de gobernar de
Ríos Montt, que se reflejaba en sus discursos sobre
moral contra la explotación laboral o sus desplan-
tes al papa Juan Pablo II.
“Tenemos que recordar que el sector privado suf-
ría ataques directos de la guerrilla. Desde que nos
CAPÍTULO 3
¿Una dictadura
militar-empresarial?