/ Los militares y la élite, la alianza que ganó la guerra

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para evitar quedar como retrógrados ante la opin-

ión internacional. Pero al final pesó más el apoyo 

de los agremiados de las Cámara del Agro, de la In-

dustria y de Comercio. Un boicot, según este em-

presario, que utilizó la estrategia de “populismo 

de derechas, del miedo, para movilizar no sólo a 

los agremiados, sino a toda la derecha”. Lograron 

unir de una manera sin precedentes en las últimas 

tres décadas a empresarios, militares, la academia 

de derechas, el Gobierno y los medios tradiciona-

les, con la simpatía de la clase media urbana.

En 1982 Guatemala era parecida y distinta a 

la Guatemala de 2013. Parecida en cuanto a la 

desigualdad, con aun más pobreza; y distinta en 

cuanto a los escasísimos espacios democráticos 

de aquella época. Cuatro guerrillas de izquier-

das contaban con la simpatía de decenas de miles 

de guatemaltecos y de buena parte de la opinión 

pública estadounidense y europea, y estaban a las 

puertas de la Ciudad de Guatemala para intentar 

el asalto final del Estado. Estaban entusiasmadas 

por la victoria sandinista en Nicaragua en 1979 y 

el avance del Frente Farabundo Martí para la Lib-

eración Nacional (FMLN) salvadoreño. El ejército 

y Guatemala estaban aislados desde 1978 debido 

a las violaciones a los derechos humanos que la 

contrainsurgencia cometía contra civiles desar-

mados.

En 1982, la estrategia contrainsurgente que había 

empezado en 1978 todavía no había llegado a su 

plenitud. Tras cuatro años de desgaste del gobi-

erno de Romeo Lucas García y un nuevo fraude 

electoral que no fue avalado por un sector del 

ejército ni por la élite empresarial, el 23 de mar-

zo un grupo de oficiales jóvenes dio un golpe de 

Estado y llamó a Ríos Montt para que asumiera 

como jefe de Estado. Ríos Montt era un person-

aje que en 1974 había sido el candidato del Frente