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Revista Eutopía, año 2, núm. 3, enero-junio 2017, pp. 206-212

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Sobre el particular, describe de forma pormenorizada los casos 
de Bolivia, Perú y Ecuador. La inferiorización étnica y racial 
fue el mecanismo para sustentar y reproducir las condiciones 
de desigualdad; minimizó los salarios, bajo el argumento de los 
patrones de que ser indígenas y afrodescendientes equivalía a 
seres inferiores, que debían recibir, también, salarios inferiores. 
No fue que a los indígenas semiproletarizados se les pagara 
menos salario que a los no indígenas, a todos los asalariados se 
les trató como indígenas, teniendo como pivote o imaginario 
social para discriminar al trabajador blanco inmigrante. La 
condición de inferiorización se mantuvo vigente durante el 
siglo XX. En el caso de Guatemala, el autor ilustra la brecha 
salarial entre indígenas y no indígenas a 2006; los primeros 
cobraban 42 % de lo devengado por los segundos. En el caso 
de las mujeres respecto a los hombres el indicador era 30 %. 
Un aspecto a resaltar de la obra de Pérez Sáinz es que afirma 
que la evidencia es ambigua respecto al efecto de la educación 
para mitigar la discriminación racial. En este punto cuestiona 
el individualismo metodológico que utiliza la tradición liberal 
para argumentar a favor de la inevitable persistencia de la 
desigualdad de ingresos. Como ejemplo de lo anterior, cita el 
caso de Cali (Colombia). 

El capítulo final del libro, denominado «La barbarie de 
los mercados» refuerza otro de los  principales aportes 
de la investigación, en especial el primer apartado que se 
titula: «El orden oligárquico: mercados básicos fundados 
en la inferiorización étnica y racial».  El autor afirma que 
la dicotomía civilización-barbarie adoptó en una de sus 
formas la de propiedad-trabajo, que influyó para que las 
élites latinoamericanas consideraran a los trabajadores como 
bárbaros indignos de salarios civilizados. Este hecho trascendió 
la lógica económica de la escasez en la determinación de 
precios, por lo que aun con la escasez de mano de obra en el 
siglo XIX no se establecieron salarios altos, sino en general 
bajos. La subremuneración de la mano de obra respondió a la 
lógica de abaratar costos para competir en el mercado mundial.